Hacerse adulto implica estar a cargo de nosotros mismos en las cosas mayores como el proyecto de vida a futuro, la profesión, vida laboral, las finanzas y también en las cosas pequeñas como lo doméstico que incluye comida, ropa, vivienda y todo lo demás. En nuestra cultura lograr esto se dificulta por muchas razones que van desde lo macro que significa vivir en un país pobre donde las oportunidades de empleo y desarrollo para los jóvenes son muy pocas, hasta lo costoso que resulta tener un lugar donde vivir y amueblarlo para que sea habitable.
Además de estas razones entre muchas otras no controlables para la mayoría, están las que se refieren a los patrones tradicionales donde los hijos y las hijas salen del hogar sólo si se van a unir a una pareja. Además de esto, está la manera de seguro de vida en que los hijos son vividos por los padres en esta cultura, que obviamente este paradigma está sostenido en la imposibilidad de contar con una seguridad social que garantice un vejez tranquila.
La idea también tradicional sobre el desarrollo profesional donde las carreras como medicina, derecho, ingeniería, arquitectura, son vistas como las “verdaderas” y ansiadas todavía por la mayoría de los padres como opción de estudio para sus hijos e hijas. Esto hace que los jóvenes pasen muchos años estudiando, siendo estos estudios costeados por sus padres, por los altos precios de las universidades privadas, a falta del funcionamiento adecuado de la universidad estatal.
Todas estas razones y muchas más, colectivas e individuales de cada clase social y de cada familia hace que los hijos y las hijas permanezcan siendo dependientes de alguna manera de sus padres durante muchos años, luego de haber alcanzado la mayoría de edad.
Si los límites no están claros, las reglas no se explicitan y los padres no se “atreven” a poner las cosas en su lugar, podrían presentarse algunas dificultades.
Tenemos hijos adultos que viven en casa de sus padres como si fuera en un hotel, sin respeto a las reglas de estos y a la etapa de desarrollo que trae consigo necesidades especificas. Muchas veces quieren solo asumir la libertad que implica hacerse adultos, sin tomar en cuenta que esta libertad tiene que ir a la par con la responsabilidad.
En las clases más pobres por el tema económico los jóvenes salen temprano a trabajar pasando ellos a ser los que sostienen a los padres, convirtiéndose estos en cuidadores de los nietos, lo cual trae consigo otros problemas que pueden dar pié a otro articulo.
En esta ocasión me quiero referir sobre todo a la clase media y media alta, donde muchas veces los padres han dado mucho sin hacer sentir a los hijos el esfuerzo que les cuesta todo esto que dan. Estos hijos se quedan en casa convirtiéndose no sólo en carga emocional y económica sino a veces en verdaderos tiranos de los padres que sienten que están en la obligación de seguirlos sosteniendo hasta el final, amparados en la creencia de que “Con los hijos no se acaba nunca”. Quiero decir que sí hay un momento de terminar y que aunque nos duela como padres tenemos que hacerles ver que deben emprender su propio camino y hacerse cargo de ellos mismos. No hay derecho a tener más de 20 años y vivir en una casa con todos los gastos pagos, vivienda, comida, educación, a veces con carros y diversión, sin asumir responsabilidad concreta emocional y material. Incluso en aquellos casos donde no se necesita el aporte económico de estos hijos, lo recomendamos de manera simbólica.
Me quiero detener en lo emocional, pues a veces pensamos que los aportes importantes son los materiales y no es así, me refiero a cosas como avisar si se van a retrasar en la llegada a la casa sobretodo si es tarde en la noche o muchas horas durante el día, a comprender la necesidad de los padres de compartir algunos momentos, de conversar y ser escuchados.
Me refiero al enojo que produce en una madre el que su hijo o hija de más de 20 años deje vacío en la nevera el embase de tomar agua, luego de haberlo usado o no llamar a pedir un botellón de agua cuando se ha terminado. El dolor que produce pedir un favor sobre algo que a veces tiene que ver con ellos mismos o con la familia y que la respuesta sea no poner atención o hacerlo de mala gana. La indolencia que implica no recoger los platos de la mesa luego de comer, no dejar la ropa sucia en su lugar, apagar las luces al salir de su habitación o recoger el periódico del suelo al salir por la mañana, evitándole así el esfuerzo a los padres.
La necedad de no entender que la casa de los viejos es su habitad, un hogar, donde las cosas y los espacios son conocidos y parte de las vivencias y los recuerdos de una historia y que todo esto vale más que la multiplicación del patrimonio familiar al venderla para construir un edificio de apartamentos.
Todos estos sentimientos, enojo, dolor, tristeza deterioran la salud mental de los padres y a esto me refiero con aporte emocional de parte de estos hijos e hijas adultos que viven en casa. La familia es ese lugar vivo donde las historias se entremezclan a medida que se van desarrollando, son historias separadas pero unidas y que en un momento, cuando los hijos y las hijas están pequeños sus necesidades eran la prioridad, pero ya al hacerse adultos, la flexibilidad fomentada permitirá que los hijos y las hijas se muevan a suplir ahora las necesidades de su padres, sobretodo de compañía, cooperación y comprensión, haciendo así su cuota de aporte emocional que los nutre a todos en este momento del ciclo de la vida familiar.