SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Junto al Ozama, el río que atraviesa la ciudad de Santo Domingo y la divide en dos, se encuentra el primer monumento colonial. Hablamos de la Ceiba en la que Cristóbal Colón, según cuenta la leyenda, amarró sus carabelas en la primera visita que hiciera a Santo Domingo, el 5 de diciembre de 1492. Esta es su historia
Aunque la hipótesis no ha podido ser confirmada por estudios históricos realizados con esa intención, nunca se ha desechado la especie de que el Almirante amarrara sus naves allí y la vieja Ceiba es visitada y reverenciada como si fuese un monumento de reconocimiento a la portentosa hazaña del descubrimiento de un Nuevo Mundo, erigido por la naturaleza y mantenido con amor a través del tiempo por los moradores agradecidos de la primera ciudad del continente americano.
Dice la leyenda, que bajo sus ramas, no solo amarró sus naves, sino que Cristóbal Colón oró , al emprender su último viaje.
Ha sido cuidada con esmero por manos desconocidas y cuando el tronco comenzaba a partirse se protegía con un abrazo de alambre, donde aparecía un hoyo, se colocaba una piedra, cuando se formaba una grieta, se rellenaba inmediatamente con cemento y así ha llegado hasta nuestros días, negándose a desaparecer, cargada de misterio e historias no dichas.
Podado durante la época de la ocupación militar extranjera de 1916, fue restaurado cuando se trabajaba en la construcción del puerto de la ciudad de Santo Domingo, durante la dictadura de Trujillo, obra a cargo del Ingeniero puertorriqueño Félix Benítez Rexach.
Sirvió de atractivo a esta obra de construcción del Puerto, donde los capitaleños se daban cita para tomarse fotos y conocer de su asombrosa leyenda.
Desconocida por muchos dominicanos, pero cada año, cientos de turistas de todas partes del mundo, visitan la Ceiba, la cual se yergue orgullosa, cual símbolo del más viejo testimonio de la llegada de los españoles al nuevo continente.
A su lado alguien sembró en algún momento otra Ceiba que se levanta grande y fuerte, ofreciendo la protección de sus verdes y frondosas ramas al tronco colombino, tal como lo haría una hija agradecida para evitar que las inclemencias del tiempo lastimaran a su madre anciana. Hermoso contraste entre el pasado y el presente.