Homenaje al piloto más joven Ethiopian Airlines, muerto accidente el domingo

En una, el piloto, el más joven de la historia de Ethiopian Airlines, posa en su uniforme sujetando su gorra. En torno a ellas, una corona de rosas y decenas de velas encendidas.

ADÍS ABEHA.- Dos fotos de Yared Getachew, el joven piloto que controlaba el avión siniestrado el domingo con 157 personas a bordo, destacan al frente de una improvisada capilla a apenas 10 minutos del aeropuerto Bole de Adís Abeba, donde esta noche más de 200 personas le han rendido homenaje.

En una, el piloto, el más joven de la historia de Ethiopian Airlines, posa en su uniforme sujetando su gorra. En torno a ellas, una corona de rosas y decenas de velas encendidas.

«Yared era un joven único», dice su padre, Getachew Tessema, a varios medios, entre los que se encontraba Efe.

Getachew está asombrado de que tantas personas, sobre todo jóvenes, hayan venido a la misa de vigilia, celebrada en el barrio donde vivía su hijo. «No sé si le conocían personalmente o habían escuchado su historia», explica el padre.

La capilla se ha improvisado en uno de los apartamentos del bloque de edificios donde vivía Yared, en Gerji, un barrio de jóvenes de clase media con un estilo de vida más parecido al occidental que al tradicional y religioso etíope.

Yared vivía solo y por su trabajo es probable que muchos de los presentes, como apunta su padre, apenas lo conociesen. Pero el luto y la tradición etíope les ha llevado a agruparse y sobrellevar el dolor juntos.

El piloto, que contaba con una larga trayectoria profesional a sus 29 años, nació y creció en Nairobi, de padre etíope y madre keniana.

El domingo, el vuelo que tenía asignado, el ET302, conectaba sus dos ciudades: Adís Abeba y Nairobi.

A los seis minutos del despegue, el pilotó reportó «dificultades» y solicitó regresar al aeropuerto etíope, petición que le fue concedida, pero el avión se estrelló a unos 42 kilómetros al sudeste de Adís Abeba, causando la muerte de todos sus ocupantes de 35 nacionalidades.

«Después de la universidad quiso convertirse en piloto, y le recomendaron Sudáfrica, pero yo le dije que en Etiopía también había una escuela de aviación», recuerda su padre.

«No solo por mi hijo, pero por todas las personas que murieron en el aire, quiero que se haga algo por ellas; un monumento con sus nombres y si es posible con fotografías», dice Getachew. «Tantas nacionalidades… tanta gente ha muerto», lamenta.

Ya van varios días desde que el Boeing 737 MAX 8 se estrelló cerca de la capital, y en Etiopía siguen sin poder comprenderlo. La pena y la angustia de las familias de las víctimas se profundizan según pasa el tiempo y no hay señales de que se estén recuperando los restos de los cuerpos de sus seres queridos para poder enterrarles y darles el últimos adiós.

Muchas de los familiares pudieron visitar este miércoles el lugar del siniestro y realizaron una improvisada ceremonia de conmemoración en la granja donde se derrumbó la aeronave en Ejerre.

Los habitantes de esta localidad, próxima a la ciudad de Bishoftu, cuentan que aún se pueden ver los miles de restos pequeños y grandes del artefacto, y algunos restos humanos.

En Adís Abeba, en el corto camino que une el barrio de Yared y el aeropuerto, la Asociación de Pilotos Etíopes también ha querido rendir homenaje con una misa de luto en su club.

Más de miles de compañeros de profesión, empleados de Ethiopian Airlines, amigos y personas que han querido solidarizarse siguen llegando a este punto para presentar sus condolencias.

«La pena y el dolor de la gente en el Club de Pilotos hace imposible que alguien como yo se quede ahí simplemente mirando e informando; es imposible retener las lágrimas», cuenta un periodista local, Yohannes Anberbir, que cubría los homenajes póstumos.

En la vigilia de Gerji, un sacerdote etíope ortodoxo abre la misa con una oración pidiendo a todos los presentes que recuerden lo frágiles que son los humanos y que saquen el mayor provecho a la vida, que tiene un tiempo limitado.

En la tradición ortodoxa, predominante en un país extremadamente religioso, los familiares llevan el cadáver de su ser querido a una iglesia cercana, que tenga cementerio, para ser velado y celebrar una misa de penitencia con un grupo de sacerdotes.

«Desafortunadamente, la vida se ha vuelto corta», dice el padre del piloto, «Yared no había llegado a los 30, no estaba casado, no tenía hijos; eso es lo que más tristeza me produce».