La idea de poder contar con una Junta Central
verdaderamente independiente es muy sentida, justa y pertinente, un clamor para
ese importante logro que crece en la opinión pública y en la sociedad en
general en estos días en que los actuales miembros del órgano de comicios están
próximos a concluir su gestión.
Pero fuera de la retórica y los pronunciamientos, algunos
muy bien intencionados y otros puramente fementidos porque esconden otros
propósitos, habría que preguntar en el campo de la realidad, donde es posible
alcanzar las cosas de forma concreta:
¿realmente es posible conseguir personas capacitadas para ocupar esas
posiciones y que sean auténticamente
independientes?
¿Independientes de qué, de la influencia
político-partidaria, de los llamados poderes fácticos, de las influencias
corporativas que forman parte del conglomerado nacional? ¿Independientes o
inmunes a las imperfecciones y debilidades propias de todo ser humano? ¿O tal vez, tan dueños de sus emociones, de su
carácter o determinación que serían invulnerables frente a cualquier intento de
desviarlos de lo que consideran la recta ejecución de sus opiniones?
Si así es que los que abogan por una Junta totalmente independiente conciben las
condiciones que deben reunir los nuevos integrantes del órgano electoral,
estaríamos hablando de seres quizás provenientes de otra galaxia y no de
humanos terrícolas de carne y hueso.
En décadas pasadas, cuando al parecer estaba bien claro
en el país que semejanza concepción de la independencia no podía ser absoluta
y, más que eso, puramente ideal pero no real, lo que se pedía eran personas
honorables, o sea que tuvieran el aval y trayectoria de seriedad y rectitud en
sus actuaciones públicas.
También se abogaba por los llamados “notables”, personas
destacadas en su accionar público. En otras palabras, que tuvieran proyección,
reconocimiento o renombre, lo que necesariamente no garantizaba que fueran
independientes.
En un país como la República Dominicana, donde a pesar de
los avances en conjunción con los nuevos tiempos, todavía somos una sociedad en
cierto modo aldeana, en la que priman
mucho las relaciones primarias y familiares, es difícil por no decir imposible,
ser independiente a la hora de la verdad.
Hay ejemplos de jueces y miembros de pasadas juntas
electorales que sin tener esa aureola de pretendida independencia, han actuado
con arreglo a la ley y el sentido de equidad requerido, al punto que han podido
organizar elecciones libres y creíbles donde se ha respetado la voluntad popular.
Quejas, insatisfacciones y denuncias de fraude e
irregularidades siempre habrá, aun en los comicios mejor organizados, porque en
el espectro político nacional medran “partiduchos” y dirigentes carentes de
fuerza o vigencia y cuyo único papel es hacer ruido, a pesar de que se nutren
de las arcas del estado al recibir fondos para su precaria existencia.
Por todas las razones señaladas resultará un tanto
complicado el rol que desempeñará el Senado en su responsabilidad de escoger
los nuevos integrantes de la Junta, pero es de esperar
que los elegibles al menos no sean miembros activos de ninguna organización
política.
Una junta seria, honorable y justa,
deberá medir con la misma vara a todos los actores de la vida política nacional
sin ningún tipo de preferencia o deliberada exclusión y su responsabilidad
primaria y esencial será siempre organizar elecciones pulcras y transparentes.