En este país existen más jeffersonianos en los medios de comunicación que en Estados Unidos, y eso es mucho decir. Lo cual no sería pernicioso sin embargo si ese mar de “discípulos” no interpretara a su antojo el pensamiento sobre libertad de expresión del filósofo político Thomas Jefferson (2-4-1743/4-7-1826), ex Presidente, autor de la Declaración de Independencia Americana y creador del Estatuto de Libertad Religiosa de Virginia.
Sostenía el redactor de la Constitución y padre de la Universidad de Virginia: “Si fuera para mi decidir entre un Estado sin la presencia de periódicos o un país con periódicos en ausencia del Estado, no me demoraría en escoger a esta última”.
El verdadero sentido de la frase, según ken León Bermota, en su “Manual de investigación para periodistas, abogados y sindicalistas”, es que la prensa actúa en representación de la ciudadanía.
Más para muchos de nuestros aplatanados opinantes y analistas posmodernos, el grito de libertad de expresión sin fin representado en la frase de referencia, no es más que un comodín para embaucar incautos asiduos de los medios, a los fines de convertirlos en ratting y venderlos al mejor postor como cosas en envolturas de celofán.
Nada que ver con ciudadano, ni ciudadana, la adaptación maliciosa que han hecho del visionario estadounidense.
Dos siglos después, con radio, televisión e Internet agregados, por estas tierras cobra fuerza de ley en los medios una hiriente corriente de culto a la difamación y la injuria. El daño a la honra de personas es representado cada segundo por la bulla ensordecedora, el chantaje, la desinformación y la ausencia de verificación de los hechos; todo bajo un formato azaroso que violenta los valores fundamentales de la Periodística.
El único requisito para ser actor de primer orden en este desdibujamiento socialmente más catastrófico que un tsunami, es haber nacido humano, tener vocación de calumniador y de adaptación rápida a redes de extorsión. La formación profesional no es indispensable; menos la ética. Se necesitará una fuerte dosis de simulador para aparentar pulcritud, heroísmo y cara de santurrón a la hora de mentir y chantajear. Se trata de clanes que apuestan a los políticos y a los empresarios, y los políticos y los empresarios apuestan a ellos.
Se ha instalado aquí, poco a poco, una gran fábrica de improvisación y mentiras que no admite cuestionamientos porque se considera dueña de la verdad e infalible.
Infalible, aunque Bermota sostenga que “la prensa es una voz como cualquier otra. A veces se equivoca, a veces es pasiva y no puede reclamar la verdad absoluta”. Aunque yo sea más radical al considerar que ella se equivoca muchas veces, y a ratos de manera intencional y ruidosa para beneficiar intereses ajenos a la población aunque pregone que lucha por ella.
Por suerte, tanta perversión no ha asfixiado aún a los oasis que, parafraseando a Jefferson, frente a una cómoda servidumbre, prefieren la libertad con riesgo, y al ciudadano y a la ciudadana como centro de sus propósitos.
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