(Publiqué este artículo el 15 de febrero del 2017, aludiendo a mi libro “Juan “Bosch: moralista problemático y otros artículos”, editado en el 2009. Ahora que el PLD marcha hacia su disolución, es bueno volverlo a leer)
“Si no puedo ver por mí mismo la liberación de este pueblo, la veré a través de mis ideas”- escribió Juan Bosch. Y se dispuso a construir un partido dotado de una misión especial. En esos trajines se enfrentó al dilema del escultor: conocer al dedillo la materia prima con la cual trabaja sus figuras. No hay en la historia política dominicana un partido que tenga una génesis intelectual tan profunda, y en particular, una definición de sus componentes de clase tan detallada. Mucha gente se burlaba de aquellas categorías de “baja y muy baja”, “pobre y muy pobre”, etc; que poblaban el imaginario analítico del profesor, a la hora de esculpir el escurridizo perfil del pequeñoburgués. Pero él insistía e insistía, como si su obstinación fuera un loco viaje a su propia imaginación.
“Los miembros del PLD son mayoritariamente pequeñoburgueses de inclinaciones revolucionarias, y no puede ser de otra manera porque el atraso de la sociedad dominicana no ofrece la posibilidad de que aquí se organice por ahora un partido obrero”- proclamaba, definiendo la táctica y la estrategia-. Pero enseguida alertaba:- “A los miembros del PLD se les enseña con el estudio y el trabajo cuáles son los peligros a que se expone el país si abandonan por un momento nada más la vigilancia que deben mantener sobre las tendencias disolventes y los vicios de la pequeña burguesía”. Pese a estas precauciones, “los vicios de la pequeñaburguesía” saltaron el cerco tendido por las previsiones teóricas, e incluso se enfrentaron en vida a los temores de su creador. El PLD se fundó el 15 de diciembre de 1973, y ya en el IV Congreso, Juan Bosch dio un portazo colérico, el 15 de marzo de 1991; renunciando a la dirección del partido porque “se había desarrollado una corriente de oportunistas pequeñoburgueses que sólo desean obtener cargos públicos”.
El pensador no pudo “ver por sí mismo la liberación de este pueblo”, y tampoco la verá a través de sus ideas. Murió “en la soledad burguesa más irremediable: la del creador” –como dice Jean Paul Sartre-; y frente al enriquecimiento desmedido de los pequeños burgueses dentro de su partido, su papel, y el de sus ideas, son apenas el de un querubín deslucido. Nació para colmar la gran necesidad de su verdad solitaria, tremoló en la defensa de los miserables, pero la medusa pequeñoburguesa lo venció, deshilachó sus ideas y lo dejó clavado en un sinsabor asombrado. Ese discipulado corrompido ahora le disgusta el ingrato olor de sus virtudes, y lo acusan de haber vivido en el aire y de husmear la realidad sin demasiada esperanza, como si le reprocharan sus arrebatos, su majestad, su dignidad, su honestidad y su orgullo. Pero el sobreponerse a cierto desagrado, es la mejor prueba de que su virtud no era cosa fácil; y hay que jugar a la pasión para entender ahora todo el amor verdadero que albergó el corazón de aquel hombre triste, que cometió el loco error de tomar la vida como una epopeya.
Si pudiéramos construir un escenario posfactual, burlando el cerco infranqueable de la muerte; y traer a Juan Bosch a la vida, al ahora, al instante preciso en que la obra de su sueño se transformó en su contrario, qué dirían sus ojos escrutadores, su rostro cejudo, la cólera indescifrable que lo embargaba frente a lo mal hecho. ¿Juan Bosch apoyaría a los ladrones de ODEBRECH o se incorporaría a las marchas? ¿Sería partidario de un gobierno corrupto hasta la médula, o desenvainaría su látigo inclemente contra el robo de la riqueza pública? ¿Se afiliaría a la degradación moral del partido que él mismo concibió como un paradigma de limpieza, o arrojaría del templo a los que se han enriquecido en forma obscena? ¿Qué sobresalto lo acompañaría al comprobar que esas “tendencias disolventes y los vicios de la pequeña burguesía” terminaron por imponerse como conducta legitimada por la práctica política de su discipulado?
Juan Bosch es un incordio en el peledeísmo actual, un estruendo en medio de la madrugada tranquila de los corruptos de su partido. Y si viviera, sin ningún género de dudas, encabezaría las Marchas contra la Impunidad y la Corrupción.