Danilo Medina, presidente de la República, ha bajado al suburbio La Barquita, en la ribera este del río Ozama, en Santo Domingo Este, para palpar su miseria extrema y ver cómo las inundaciones frecuentes azaran las vidas de sus habitantes. Una acción inusual, no tanto porque se trate de un político fuera de campaña y sin pretensiones de re-postularse, sino por lo que simboliza su presencia para todos los barrios que la exclusión social ha sembrado en todo este entorno de casitas de hojalata y letrinas al aire libre con reservorios en el mismo afluente, como los desechos venenosos de algunas industrias instaladas en la zona.
La Barquita es uno de los muchos guettos del país indigente que pasa inadvertido a su vecino, el país rico: agitado polígono central de la capital, donde abundan los edificios imponentes, las luces brillantes –aunque no haya para otros– y el glamour de los privilegiados.
Pero es solo uno de tantos nichos delatadores de inequidad social a la nariz del lujo; solo una porción de la miseria desparramada a lo largo de ambas orillas. Supongo, por tanto, que la creación por decreto de una comisión para diagnosticar y trabajar por esa barriada, como ha adelantado Medina, sería parte de una visión integral para solucionar de raíz el problema social. Lo contrario implicaría un proyecto calimocho, equivalente a perder dinero y tiempo en esta era de escasez. Aquello es todo un sistema, una “anarquía organizada” que anularía cualquier solución individual.
El río Ozama existe por testarudo, igual que los habitantes a su derredor. Las lilas casi lo ahorcan para su bien; a menudo le alertan sobre su putrefacción. La Ciénaga, Guachupita, Los Guandules, Simón Bolívar, La Zurza y Gualey lo aprisionan sin piedad, por necesidad, pues viven de sus peces enfermos y de los pesos que genera el transporte de pasajeros en yolas de un lado a otro, y están cerca del centro de la ciudad, donde se concentra todo, hasta los hospitales públicos, y –dicen— “hay vida”.
Ideas de solución a aquella vergüenza nacional se cuentan por sacos, y no han nacido ahora: desde el oportunismo comunitario hasta la politiquería más barata. El tiempo ha demostrado, sin embargo, que nadie ha querido narigonear al toro bravo representado por ese desorden de hacinamiento, hambre, enfermedades y falta de educación. La conveniencia para la manipulación política y el poco valor atribuido al pobre han frenado las iniciativas serias. Y el Gobierno ha sido cómplice de primer orden.
Nomás el 8 de julio de 2008, el periódico Hoy colgó en su versión digital una noticia sobre el reinicio, por parte del Gobierno, del viejo proyecto (1993) de reubicación de los habitantes de las riberas del Ozama y el Isabela. A un costo de US$500 MM (cerca de 20 mil millones de pesos dominicanos), serían reubicadas 2 mil familias en apartamentos a construir en terrenos de San Isidro, Santo Domingo Este; recuperarían los barrios periféricos; dragarían los ríos para convertirlos en navegables y convertirían en turística la zona; edificarían un parque ribereño, así como hermosas avenidas a ambos lados, según el arquitecto Joaquín Gerónimo, presidente del desaparecido Consejo Nacional de Asuntos Urbanos (CONAU).
Conforme su declaración exclusiva al diario, la empresa brasileña OAS estaba en disposición de proveer el financiamiento a una “tasa asequible” mientras el proyecto y el Gobierno asumiría hasta el 90 por ciento del costo de las viviendas. Esperaba comenzar ese mismo año.
Todo un sueño que la gente, como ejercicio de salud, creyó. Sí, porque han sido tantas las promesas y tantos los engaños, que sería un notición el hallar allí algún copo de esperanza y confianza.
Han pasado cuatro años y dos meses desde el rimbombante anuncio del funcionario, y los sobrevivientes de allí no han visto una retro-excavadora ni en fotografía. Un show más, un engaño más.
Así que la oportuna visita del Presidente a los tugurios de La Barquita –me imagino– simboliza una mirada seria a todos los barrios que malviven como extensión de tales acuíferos, porque aquello no es una barquita; es una barcaza parida de miseria y urgida de atención gubernamental responsable. Que nadie, a partir de ahora, alegue falta de dinero, porque si hay voluntad política y sensibilidad social, está harto demostrado que lo buscarían hasta en las entrañas de la tierra.
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