UCRANIA.- Nadie acude estos días a buscar libros ni a leer a la biblioteca municipal de Leópolis, donde el habitual silencio ha tornado en un continuo bullicio de cientos de voluntarios. Allí trabajan a destajo para confeccionar a mano las redes de camuflaje que las tropas ucranianas usan en las trincheras.
En la planta de abajo, los voluntarios cortan en tiras las telas donadas por los ciudadanos de Leópolis: cortinas, manteles, sábanas, vestidos, pantalones… todo se aprovecha mientras sea en tonos tierra y verdes. Y en la planta superior, rodeados de los grandes títulos de la literatura ucraniana, otro grupo anuda y entrelaza esos jirones de tela en los agujeros de redes de pesca.
«Al principio hacíamos a mano hasta la malla de la red, pero luego recibimos redes de pesca de los polacos», cuenta a Efe Viktor Ponomaryov, un diplomático jubilado, que huyó de las bombas en Kiev y encontró refugio en Leópolis, donde trabaja como voluntario al servicio de la guerra desde que llegó.
Una mujer le ha cedido gratuitamente una habitación para que se instale junto con su mujer y su hija hasta que puedan regresar a su casa en la capital, donde pasaron sus últimos días durmiendo en el metro para protegerse de los constantes ataques rusos.
Viktor se confiesa sorprendido por cómo los ucranianos se han volcado con la causa y la solidaridad entre compatriotas. Por eso, como él recibió ayuda cuando lo necesitó, él también quiere aportar su granito de arena en tiempos de guerra.
«Cuando llegué, vi una cola muy larga, que se parecían a las de la época soviética para conseguir manteca, pan o leche… pero era para hacer estos trabajos voluntarios», relata este ucraniano, que en Kiev ya se presentó como voluntario para alistarse en el Ejército, pero fue rechazado por culpa de «la vista cansada de viejo».
Leópolis, considerada la capital del oeste del país, se ha convertido en la retaguardia de la Ucrania en guerra, donde entrenan a civiles para ir al frente, fabrican cócteles molotov en la paralizada fábrica de cerveza, cosen uniformes militares o confeccionan chalecos antibalas.
Ubicada a tan solo 80 kilómetros de la frontera con Polonia, alejada del frente de batalla, también se ha alzado como el refugio de más de 200.000 ucranianos de las zonas este y sur del país, muy afectadas por los combates, como es el caso de Viktor, pero también de Natalya Zmiyeska.
Natalya, consiguió salir de Zaporiyia, en el sureste del país, en un tren de evacuación directo a Leópolis el 8 de marzo, y lo primero que hizo también fue unirse al grupo de la biblioteca, donde más de cien personas trabajan en cada turno de seis horas en los que se organizan.
«Me fui de Zaporiyia porque tenía mucho miedo, era muy peligro seguir allí. No tenía refugio en casa y cada vez que sonaban las alarmas tenía que salir a la calle a buscar uno, lo que era muy arriesgado», cuenta esta ingeniera de 35 años.
Natalya ya tiene experiencia en la labor de confeccionar redes de camuflaje, y también uniformes militares, con la máquina de coser que dejó en casa. Su ciudad natal está muy cerca del frente en el Donbás, donde el Ejército ucraniano combate con milicias prorrusas en una guerra de baja intensidad desde 2014.
«La unidad que he visto en esta guerra no la había visto nunca en estos 30 años desde la independencia del país. Es una cosa maravillosa, la gente se ayuda unos a otros, hacen todo el posible para resistir al enemigo», cuenta emocionada y feliz de estar a salvo en Leópolis, donde vive con otros desplazados en una residencia de estudiantes.
Tanto ella como Viktor están orgullosos de su trabajo en la biblioteca y cuentan con satisfacción que las tropas ucranianas prefieren usar estas redes artesanales, ya que al tener estampados completamente aleatorios, no pueden ser detectadas por los drones y otros sistemas de vigilancia del enemigo, que sí identifican las industriales, cuyos patrones son repetidos.