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La capitulación del PRD en aras de la reelección

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Con una patética entrega pública, culminó esta semana el agónico proceso de subordinación del partido de más prolongada y trascendente lucha por la democracia dominicana y todavía el de mayor votación en la última elección presidencial

                                               Por Juan Bolívar Díaz

Sin el menor rubor  y en un acto público el empresario Miguel Vargas Maldonado entregó esta semana el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), la más tradicional organización política de la historia nacional, en un nebuloso y precipitado pacto electoral con el gobierno, cuyos alcances no han podido definirse tras meses de negociaciones.

Es relevante que el partido más votado todavía en la última elección presidencial, capitula y se entrega en aras del reeleccionismo presidencial, contradiciendo uno de sus planteamientos fundamentales, y contribuyendo a la concentración del poder que encarna la principal negación de sí mismo, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).

Corbatas azules, parte 2

La capitulación la firmó el ingeniero Miguel Vargas Maldonado, mucho más empresario que líder político, el lunes 7 de septiembre, tan precipitada como su renuncia tres meses antes  a una candidatura presidencial que se auto atribuyó con el concurso del secuestrado Tribunal Superior Electoral que le avaló repetidas violaciones a los principios democráticos consagrados en la Constitución, en la ley electoral y en los estatutos del PRD.

Fue la culminación de un proceso iniciado el 14 de mayo del 2009, cuando Vargas Maldonado firmó con el presidente Leonel Fernández un pacto para viabilizar la constitución del 2010. No tenía cargo directivo en el partido blanco ni procuró autorización previa de ninguno de sus organismos, firmó en su calidad de excandidato presidencial, que lo fue en el 2008 cuando perdió las elecciones a manos precisamente de Fernández con votación de 53,8  a 40,4 por ciento.

Desde entonces Vargas había justificado el pacto aduciendo que reivindicó el histórico compromiso perredeísta de no reelección promovido por  su líder José Francisco Peña Gómez en la constitución de 1994 y violentado por el presidente Hipólito Mejía con la reforma del 2002. Y en efecto la Constitución del 2010 prohibió la reelección presidencial inmediata, pero ahora Vargas volvió a pactar con un presidente del PLD no sólo para restablecer el reeleccionbismo, sino que también le suma los votos del PRD.

El pacto fue firmado en el mismo escenario del 2009, el hotel Jaragua, y para no dejar duda de la continuidad, los protagonistas volvieron a vestir corbatas azules, aunque esta vez el gran ausente fue el doctor Leonel Fernández, todavía presidente del PLD, sustituido por el mandatario de turno Danilo Medina, para reafirmar que el poder lo ostenta  quien reparte los sobrecitos y parcelas del Estado.

Pareció un acto fúnebre

El acto fue patético, tan improvisado y mal organizado que Vargas Maldonado tuvo que levantar del piso más de una vez una botella de agua. Su lenguaje corporal, como el del presidente Medina, fue de un extraño nerviosismo. Ambos movieron persistentemente sus manos, pasándoselas por la cabeza, la cara, la nariz, las orejas, o arreglándose la corbata.

Las expresiones faciales de los principales protagonistas, incluyendo a Peggy Cabral, la viuda de Peña Gómez, vestida por entero de negro, parecían de quienes asisten a un funeral. Una observadora creyente consideró que parecían atormentados por los espíritus de Peña Gómez y Juan Bosch, ninguno de los cuales habrían patrocinado tan indigna  liquidación de un patrimonio histórico del intento democrático nacional.

Si precipitada y sorprendente había sido la renuncia de Vargas a la candidatura presidencial por la cual había auspiciado la división del PRD, anunciada el 15 de junio, al día siguiente de que la mayoría perredeista emigrante hacia el nuevo Partido Revolucionario Moderno proclamara la candidatura presidencial de Luis Abinader, la firma del pacto electoral sin precisar condiciones, pareció un absurdo. Aunque revestido de patriotismo como el del 1996, con el que el presidente Joaquín  Balaguer le entregó a los dichosos peledeístas su Partido Reformista Social Cristiano.

Con el «Pacto Patriótico de 1996, Balaguer logró impedir que Peña Gómez, tras ganar 46 a 39 por ciento en primera vuelta, pudiera alcanzar la presidencia en la segunda ronda y prefirió relegar a tercer lugar  su propio partido, apoyando al PLD cuya votación en la anterior elección (1994) había sumado apenas 13 por ciento.  En el acto del nuevo pacto se llegó a invocar la memoria de Peña Gómez, quien desde su tesis doctoral hasta su  muerte sostuvo el antireeleccionismo como principio fundamental en democracias frágiles.

Sin siquiera los 10 cheles

Si poco táctico fue que Vargas renunciara a su candidatura sin precisar las condiciones y términos  del pacto que anunciaba, más absurdo es que lo firmara sin haber cerrado las negociaciones tres meses después, quedando a expensas de lo que quiera desembolsar el PLD de los «diez cheles» en que su histórico dirigente Euclides Gutiérrez  Félix tasara el valor del apoyo del PRD a la reelección de Danilo Medina.

En el pacto del Comité Político del PLD a fines de mayo para salvar su  unidad del PLD y viabilizar la reforma constitucional reeleccionista quedó consignada la repostulación total de sus legisladores. En el caso de los alcaldes se estableció que habría encuestas en los municipios donde la gestión no garantizara el triunfo. Voceros perredeistas anunciaban  nuevas provincias para buscar senadores, pero tropezaron con  la ley electoral.

Los actuales diputados perredeístas, unos 40, podrán ser repostulados, pero por  el voto preferencial tendrán que valerse por sí mismos, pues los peledeístas escogerán a sus compañeros de partido. Todavía esta semana voceros de la categoría del  secretario general del PLD, Reinaldo Pared, han repetido que no cederán las candidaturas a alcaldes en los grandes municipios que ganó el PRD en la anterior elección, como Santo Domingo, Norte, Santiago y San Cristóbal, lo que conllevaría candidaturas separadas en los mismos, donde los perredeístas defienden miles de empleos en un penoso regateo público.

Es contradictorio que un negociante de la categoría de Vargas Maldonado haya ignorado un principio fundamental de toda transacción, asegurar los términos antes de la firma, razón por la cual muchos preguntan si no hay compensaciones impublicables en el pacto, como  en la negociación del bloque de diputados perredeístas, quienes saben que el voto preferencial impide garantizarles sus puestos. Las generalidades de los 15 propósitos del «Acuerdo de un Gobierno Compartido de Unidad Nacional» firmado el lunes no justifican tanto desprendimiento en una política tan mercantil.

Una expresión macondiana

La capitulación del mayor partido del intento democrático nacional bajo términ9os tan vagos,  en apoyo casi incondicional al partido gobernante es una ocurrencia extraña en la política, expresión del macondismo latinoamericano que certificó García Márquez. Hasta dirigentes fieles al PRD, como Fiquito Vásquez, han explicado la precipitación en que tenían que contener la hemorragia de los perredeístas hacia el PRM, lo que será difícil si no les garantizan ´siquiera las alcaldías con miles de plazas para militantes. Pero nadie entiende que hayan sido tan malos negociadores, exponiéndose a la humillación de los diez cheles.

Mientras tanto, el partido que desde su fundación encarnó las luchas democráticas de tres cuartos de siglo dominicano, se encamina a su autoliquidación, Deja atrás las luchas contra la tiranía de Trujillo y sus batallas por instaurar la democracia, desde su triunfo electoral de 1962 a la revolución constitucionalista y su resistencia a la invasión militar norteamericana de 1965 y a la cuasi dictadura de los 12 años de Balaguer. También el triunfo electoral de 1978 que abrió la democratización del país y su confrontación con el PLD que nació como negación absoluta del perredeísmo y lo hostilizó al máximo.

Todavía en la anterior elección presidencial, la del 2012, con Hipólito Mejía de candidato presidencial, el PRD obtuvo la mayor votación, un millón 911 mil 341 sufragios, 200 mil más que el millón 711 mil 737 que consiguió el PLD, lo que representó 42.13 a 37.73 por ciento. Aunque con el voto de los respectivos aliados, el presidente Medina ganó la elección por 51.21 a 46.95 por ciento. Pero pocos

Queda claro que el PLD ha incentivado el desguañangue del PRD, tras haber absorbido en gran proporción a lo que dejó Balaguer como partido, y las garatas y divisionismos de los perredeístas han determinado el proceso de involución de la democracia dominicana, donde un grupo político que ya no se somete a elección de sus militantes,  lo mercantiliza todo en aras del control total de las instituciones estatales y sociales.

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