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La columna de Miguel Guerrero

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Miguel Guerrero.

Hace tiempo, una señora me llamó ofendida al programa de televisión Portada 15 para quejarse de un anuncio político que mostraba el instante en que un político caía al derrumbarse la tarima, durante un mitin de una alianza opositora. La dama decía que si la gente del gobierno clamaba respeto, tenía que comenzar respetando a sus adversarios. Ahora que estamos de hecho inmersos  en otra campaña, los estrategas de los partidos, en el gobierno como en la oposición, deben cuidarse de no descender al campo de la  ofensa o la burla personal, porque entonces los dominicanos sufriremos los efectos de una campaña desordenada e insultante, con un elevado potencial de violencia, tanto física como verbal. Y aunque en el pasado la agresión verbal ha sido la tónica de las campañas, y el más reciente discurso presidencial le hace honor a la tradición, es preciso evitarle al país los dolores de una campaña sucia que, por lo demás, resultaría carente de contenido.

No se trata de llegar a acuerdos que nunca se cumplen. Creemos que es una obligación de los partidos con el país. Al competir por los puestos públicos y recibir dinero del presupuesto nacional para financiar sus campañas, están obligados por cortesía elemental y deberes con la nación, a garantizar un nivel mínimo de decencia en el debate político. Nadie quiere presenciar otra vez el triste espectáculo de dirigentes firmando acuerdos de respeto mutuo, que luego nadie cumple faltando a la palabra empeñada, cosa que no hacen dirigentes que aprecian el valor de un compromiso. En el caso del oficialismo, los creativos de campaña deben tener presente que  aunque no es nuevamente candidato, el jefe del Estado es también presidente del partido y que no sería justo que se le responsabilizara por algo que él, me atrevo apostar, con toda seguridad rechaza, a pesar de su llamado a la confrontación de su última comparecencia.

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