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La columna de Miguel Guerrero

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Miguel Guerrero.

Entre los correos electrónicos que a diario recibo, me han despertado excesiva curiosidad y más grata imprsión varios referentes a asuntos completamente ajenos al duro y diario quehacer de la política vernácula que, por desgracia, nos llena todos los espacios.

Uno de ellos se relaciona con la ópera y trata la confusión que en un lector provoca las diferentes denominaciones que en el género operístico reciben los registros vocales que identifican a los cantantes líricos. Por ejemplo, el término “spinto” para referirse a las cualidades técnicas de un tenor. El vocablo, proveniente del italiano “spingere”, o empujar, se aplica a una voz con mayor potencia y capacidad de proyección que el registro usual de un tenor lírico.

Los expertos entienden que si bien el término caracteriza una calidad vocal, en realidad es  la  real y auténtica expresión de un defecto técnico, derivado del excesivo uso de las dos cuerdas inferiores de la faringe, lo que finalmente  puede afectar las condiciones del cantante. Por esa razón se dice que  la mayoría de los tenores spinto suelen tener una carrera más corta que los líricos.

Fue tal vez el caso de Giuseppe Di Stefano, uno de los tenores más extraordinarios de los últimos cincuenta años del siglo pasado, cuya voz se deterioró de forma sorprendente a mediados de los años sesenta, mientras se encontraba en la cúspide de su carrera. Pero tal vez el caso más conocido sea el de Enrico Caruso, cuya voz había perdido el brillo que deslumbró los principales escenarios del mundo, ya a la temprana edad de 36 años, debido a dolencias en su aparato vocal. Naturalmente, el término no sólo se refiere al registro agudo masculino.

También existen sopranos lírico spinto. Puede que este sea en realidad un tema agradable para concluir un mes muy agitado en el campo político, pero en la coyuntura actual me da la impresión de que estoy tocando el arpa mientras Roma arde.

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