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La columna de Miguel Guerrero

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Cuando leo los correos de gente que me expresa su enojo por mis opiniones, suelo preguntarme  ¿qué clase de sociedad queremos realmente los dominicanos? ¿Una uniforme alrededor de una verdad oficial o simplemente aquella en donde los ciudadanos puedan manifestarse libremente sobre cualquier tema sin temor a represalias de ninguna naturaleza? La cuestión es definitivamente simple ¿deseamos vivir en democracia o aspiramos a la tranquilidad relativa derivada de un sistema de ley y orden donde el temor a la autoridad sea la norma de conducta ciudadana?

A lo largo de mi carrera  como periodista siempre me ha angustiado el saber por qué los gobiernos, y mucha gente que lo forman, asumen posiciones intolerantes contra la crítica, cuando esta es la única tabla con la que al final cuentan para conducirse por el camino correcto y laborar a favor del bien común. Si yo fuera una personalidad pública, cosa en verdad muy difícil, le temería más al elogio que a la crítica. En la esfera oficial, y en los círculos que la rodean, existe la falsa percepción de que mantengo un irracional antagonismo contra el Presidente, así me lo hicieron saber en un correo. ¡Cuán equivocados están! El mandatario no es precisamente mi primera adoración, pero siento por él la misma simpatía de siempre. Por eso, a veces inconscientemente, me esfuerzo por criticarle, dentro de la profesionalidad que me permite mi escasa inteligencia y preparación.

Y como el Presidente es una persona de mucho talento, pienso casi siempre que él entiende que el hecho que me opusiera a su reelección, no afecta los sentimientos. Total, buena parte del 57% que lo trajo de nuevo al Palacio provino de gente como yo que impidió con el voto una aventura reeleccionista. Aunque parezca extraño, mis opiniones críticas referentes a su administración, en el fondo transpiran un afecto que ni yo mismo puedo explicarme.

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