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La columna de Miguel Guerrero

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Miguel Guerrero.

Ahora que el gobierno se enfrenta al desgaste natural de un largo ejercicio, conviene preguntarse de dónde procede la aceptación que aún preserva. A mi juicio proviene de la mayoría ajena a las luchas partidistas que votó por el  presidente en las dos elecciones  pasadas. La fuerza que  la alimenta emana del profundo deseo nacional de que la situación mejore y que la administración del presidente Fernández encuentre en su último año el camino adecuado y más corto para encarar con los acuciantes  problemas del país.

Nadie en su sano juicio quiere el fracaso del mandato actual, como tampoco quería esa suerte para el anterior o  para los que estuvieron antes. Por el contrario, la gente ora para que la economía mejore y este año sea un período de progreso y crecimiento.

¿A qué viene todo esto?  La reflexión es a propósito de la tendencia en la esfera oficial a atribuirle visos de oposición a toda manifestación contraria a una directriz o política proveniente del sector público. Se pasa por alto la realidad que entraña el ferviente deseo de cooperación que llevan consigo muchas de esas críticas. Casi siempre, la gente  reacciona contra el gobierno por el deseo de que las cosas se hagan mejor o de otro modo, sin que ello signifique realmente una muestra de rechazo.

En lugar de  despertar  las iras oficiales, la indignación popular por una medida o iniciativa errática del gobierno debería propiciar caminos libres de celos y resentimientos que conduzcan a un ambiente de entendimiento. Un mejor servicio se le presta al gobierno cuando se le critican sus malas acciones que cuando por el contrario se las aceptan sólo para mantenerse cerca de la esfera de poder, o como se dice popularmente  entre nosotros,  “donde el capitán los vea”. Los gobiernos deben todavía aprender a diferenciar una crítica de otra. Como en cualquiera otra actividad humana, la intención es lo que cuenta.

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