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La columna de Miguel Guerrero

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SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Hasta en los círculos golpeados por la obsesión fiscal del gobierno y su irrefrenable tendencia a resolver con préstamos y agresiones tributarias los problemas generados por su propia incompetencia, se escucha a ratos una que otra referencia a “las buenas intenciones” ocultas en la acción oficial, lo que inevitablemente suele recordarnos aquél viejo refrán que dice: “de buenas intenciones está empedrado el camino hacia el infierno”.

El origen de nuestros males y deficiencias en la práctica democrática tiene muchas explicaciones, algunas de índole externo, pero la causa principal está sin duda en el deterioro de la vida pública y la creciente corrupción que nos arropa, contra la cual no parece haber remedio por falta de una férrea voluntad política para erradicarla o por lo menos enfrentarla.

No existe una modalidad de ese cáncer social que no suframos. Es ahí donde radica la esencia de muchos de nuestros males políticos. Aunque la corrupción es parte de la vida oficial en este país desde hace décadas, la percepción pública mostrada por las encuestas presenta esta etapa de nuestra práctica democrática  como la más intensa entre todas las anteriores en esa materia.

Los escándalos son cada día más frecuentes y mayores. Mientras se le impone al país un nuevo paquetazo fiscal, en medio de grandes precariedades, el presidente se la pasa viajando a costa del Estado con el Congreso aprobando préstamos tras préstamos para subsidiar el déficit y terminar un metro que nunca fue una prioridad, ni tampoco se le ofertó a los electores.

Lo grave, sin embargo, es el panorama futuro, con opciones que de antemano sabemos no resolverán los problemas y sin esperanzas de sanción a los responsables de la desesperante situación social en que se encuentran las mayorías, carentes de protección en el área de la salud y sin posibilidad de buena educación para sus hijos.

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