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La columna de Miguel Guerrero

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El señor Hipólito Mejía tiene dos grandes tareas en la difícil búsqueda de una nueva presidencia: neutralizar las consignas con las que sus adversarios del gobierno lo enfrentan y emplazar a definirse a quienes dentro de su propia organización torpedean su candidatura, quemando los barcos como una vez hiciera Hernán Cortés, para indicar que sólo hay un camino y el que no esté de acuerdo sabrá a qué atenerse.

Los elementos con los que se ataca su propuesta electoral no deberían constituir para él problema alguno, por cuanto los niveles de insatisfacción actual son probablemente sus mejores armas. En su caso la vía más segura para dejar sin argumentos a sus contrincantes es un acto público de contrición. Un acto de fe. Expresar públicamente su pesar y arrepentimiento por haber ofendido a la nación, no tanto a Dios, con la promesa de no repetir los errores del pasado, incluso enumerándolos, y un firme compromiso de combatir la corrupción, persiguiéndola y castigándola, y de entregar en el presupuesto del 2013 el 4% o más del PIB a la educación.

No necesita nada más. Y debería hacerlo con seriedad, con un discurso y la publicación de una doble página en los diarios, que no dejen dudas sobre sus reales intenciones, si en verdad esas intenciones existen y dominan su interés, porque en los círculos empresariales se comenta que él habría dicho en varias reuniones privadas que esta es una oportunidad para reivindicarse y reivindicar a su familia.

Con ello, no habría ya por donde atacarle y sólo quedaría un lado por donde intentar inhabilitarlo que es su debilidad intelectual, tal vez un hándicap frente a las élites de la sociedad, pero sin sabor alguno en los grandes núcleos de población donde esa pretendida deficiencia es un atractivo que enardece a las multitudes y a aquellos que ven en un cambio de mando una esperanza nueva; una razón para no caer en la desesperación y el caos.

Con relación a su adversario interno, hacerle saber que ya no queda tiempo para más espera y que de no haber integración, adentro puede hacer más daño que estando afuera. Pero dudo que lo haga y es casi seguro que se deje arrastrar, por ambos adversarios, por un camino que puede llevarle al desastre electoral. La entrega de la candidatura vicepresidencial a cambio de un arreglo interno es el peor error que él podría cometer.

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