La columna de Miguel Guerrero: Criminalidad y derechos humanos

En la fase más crítica del conflicto de Vietnam, una fotografía mostrando el momento

en que un soldado ejecutaba a sangre fría y a quemarropa a un guerrillero del Vietcong

en plena calle, conmocionó al mundo y dificultó el esfuerzo de guerra de Estados

Unidos dentro de su propio territorio. Sin menoscabo de la férrea resistencia de Vietnam

del Norte, esa gráfica tuvo un valor decisivo en la guerra. Incrementó la amplia y

sostenida oposición a la presencia militar estadounidense en el sudeste asiático y

agudizó las críticas de la opinión internacional al respaldo de Washington al régimen

de Vietnam del Sur. En gran medida, la guerra se perdió en el territorio estadounidense

debido a la forma en que la cobertura de los medios aumentó la oposición a un conflicto

en el que murieron más de 50,000 jóvenes norteamericanos.

Guardando las diferencias, aunque no se conocen pruebas fotográficas de algunos de

esos hechos, los medios publican periódicamente notas acerca de atropellos contra

ciudadanos sin razón justificada. Recuerdo aquella acerca de un joven de 19 años

perseguido por agentes policiales, sacado a la fuerza de su casa en un barrio marginado

y asesinado a tiros después de haber sido obligado a arrodillarse a pesar de sus súplicas

de clemencia. La información era desgarradora e indicaba hasta la saciedad el escaso

valor que ciertas autoridades, aparentemente protegidas por un manto de impunidad, le

asignan a la vida humana.

En las peores etapas de los derechos humanos en el país, se asesinaban, deportaban y

encarcelaban a los adversarios confesos o sospechosos del régimen. Aunque sin duda

la situación ha mejorado portar un teléfono celular puede ser todavía un pasaporte al

más allá. Los delincuentes asaltan y matan a cualquier ciudadano para despojarle de

un aparatito telefónico, que luego pueden activar, o un efecto personal de poco valor

material.