El país lo necesitaba. El resonante triunfo de la selección dominicana en el tercer Clásico Mundial de Béisbol nos ha devuelto el ánimo y el entusiasmo en medio de un clima de incertidumbre y temor por el futuro. Los muchachos grandes de Moisés Alou y Tony Peña son los héroes que la nación buscaba y requería. El béisbol es pasión y hubo mucho de ella durante el evento con una ardiente decisión de reivindicar el fracaso estrepitoso de los clásicos anteriores.
Estuvieron desde el principio guiados por una motivación que iba más allá del mero triunfo. Era el orgullo de ser dominicano. Bastaba ver sus contagiosos gritos, casi infantiles, de estos hombres que han hecho fortuna y fama en el deporte, con cada paso que los acercaba a la victoria.
Jugaron con la determinación que sólo se da cuando se está a la búsqueda de una gran hazaña, no propia, sino colectiva, como si cada uno de ellos entendiera que detrás estaba el país donde nacieron y con el cual tenían una deuda de agradecimiento que sólo así podían pagar. ¡Oh, qué gran momento!
Rescataron hasta el valor del principal alimento nacional, el plátano, que Fernando Rodney llevó como un amuleto, para ahuyentar los malos espíritus y el maleficio que veníamos arrastrando desde el primer clásico. Su plátano y la flecha sirvieron para unir al equipo y en todo el día de ayer comenzó esta última a emplearse como una especie de saludo nacional, porque hay en él un símbolo que ese muchacho grande consagró con siete salvados de las ocho victorias obtenidas en igual número de partidos.
Vencimos en un clásico que toda la nación convirtió en un compromiso de honor, con una identificación como jamás he visto en muchos años. El equipo dominicano al clásico mundial reivindicó el béisbol como el deporte nacional y mostró al mundo lo que es capaz de conseguir una nación que es grande por quienes se hacen dignos de ella.
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