El discurso pronunciado por el ex presidente Hipólito MejÃa, reconociendo como un hecho irreversible los fraudulentos resultados de las elecciones, le evitó al paÃs un estallido social y con toda seguridad un baño de sangre.
Nos libró también, a varios del grupo de conocidos periodistas que asistieron a una reunión social en mi apartamento con el señor MejÃa dÃas antes de los comicios, de un arresto esa misma noche y probablemente de un trágico accidente.
Esa orden estaba dada, amparada en la falaz acusación de que en esa reunión se conspiró contra el gobierno y se habÃa orquestado una campaña mediática internacional para denunciar el eventual triunfo del candidato oficialista como el fruto de un gran fraude, como finalmente resultó, con el uso sin precedentes de recursos públicos, la compra de cédulas y la más virulenta campaña de descalificación de un candidato que jamás se haya visto en este paÃs.
El ambiente que se respiraba ayer en todo el paÃs era muy tenso, situación acentuada por las largas horas de espera de la reacción del señor MejÃa, quien habÃa prometido dar a conocer los datos que, según él, confirmaban nuevamente nuestra debilidad institucional y la capacidad ilimitada de quienes ejercen el poder de usarlo para imponer por la fuerza y el dinero su voluntad por encima de la decisión de la mayorÃa del electorado.
Si el señor MejÃa hubiera llamado a la resistencia, como muchos de sus seguidores exigÃan, el efecto hubiese sido similar al de arrojar un fósforo sobre un tanque de gasolina.
Su exhortación a mantener la paz y la tranquilidad de la nación es un inapreciable servicio a sus verdugos. El lado opuesto sólo habrÃa conducido a una poblada y a una situación de facto de incalculables consecuencias. De todas maneras, al paÃs le esperan momentos muy difÃciles, porque el próximo presidente ha aceptado un precio por el cargo que no podrá pagar.
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@GuerreroMiguele