Aprendamos a conocernos. Nos independizamos de Haití, no de la Metrópoli. Tenemos tres, no un padre de la patria. Nuestro himno nacional es un canto épico, no de amor ni de exhortación al trabajo, y si nos fijamos bien en el alto de los pendones ondean lo que parecen dos banderas.
De acuerdo con los documentos y testimonios sobre el tema, el rojo de la enseña nacional es bermellón y el azul el de ultramar. No debería haber pues lugar a confusiones sobre algo tan solemne como es el color de la bandera, el mayor de los símbolos de la patria. Sin embargo, hasta en las más importantes oficinas públicas, a veces en los mismos cuarteles militares y policiales y en determinados momentos en la propia sede del Congreso Nacional y en el Palacio Nacional, se observa el uso de otra tonalidad azul, mucho más oscuro, en los cuadrantes del emblema. Esta informalidad se cumple también, con insólita frecuencia, en actos públicos en donde asisten los más altos dignatarios de la nación, en muchas oportunidades hasta el presidente de la República.
La Suprema Corte de Justicia, en los tiempos de Jorge Subero, hizo un invaluable aporte a la divulgación de los símbolos patrios, incluyendo la bandera, con la edición de una agenda con ilustraciones muy pedagógicas acerca de esos valores. En esa agenda se hace énfasis en las características de la enseña nacional, que deberían ser de absoluta aplicación. Es inexplicable entonces que se permita en lugares y actos públicos izar una bandera con cuadrantes azules que no se corresponden con la tonalidad que corresponde a la enseña nacional. Se trata de un azul intensamente oscuro, que a distancia parece negro, y que en el argot del mundo de la moda se conoce como “navy”, color éste muy lúcido en trajes masculinos y en algunos vestidos femeninos, pero desagradable en la esquina superior izquierda y en el cuadrante inferior opuesto de la bandera dominicana.