Miguel Guerrero.
En la campaña electoral, de triste recordación, volvió a cobrar vigencia el tema de la crisis bancaria. Muchos de los hechos que ocurrieron en ese año, en efecto, gravitan todavía en la marcha del país y así será por algún tiempo.
Fue un año que acumuló una inmensa carga de sentimientos encontrados. Una extraña e impactante mezcla de esperanzas y frustraciones marcaron la marcha de la nación y torcieron el rumbo por el cual se encaminaba.
En “Tocando fondo” intenté resumir los acontecimientos de ese periodo difícil. El propósito de ese libro no fue hacer juicio de valores sobre los protagonistas de esos hechos.
Sus actuaciones fueron más que suficiente para permitir las valoraciones que se hizo ya y habrá de hacerse más adelante de ellos.
El 2003 fue un año de frustración y en efecto el frío examen de las realidades vividas en ese lapso condujo irremediablemente a acepar que así lo fue. Sin embargo, en la profundidad de esa y futuras crisis podríamos encontrar la esencia de todo aquello por lo que hemos luchado por espacio de años.
La visión cercana de la tragedia nos enseñó entonces no sólo nuestras debilidades, perfectamente conocidas, sino el potencial disponible para superar las grandes calamidades.
Lo que perfila a una nación, como a los individuos, no es lo que hace en circunstancias normales, sino lo que es capaz de hacer después de una caída. Levantarse de un tropiezo hace grande a una nación, no importa cuán pequeña sea en territorio y recursos naturales.
No pretendo con ese libro ni con mis artículos en esta columna que permanezcamos en el pasado, sino que aprendamos de él. Tenemos un reto inmenso.
El desarrollo implica la búsqueda de un lugar seguro en el futuro. Lugar que sólo podremos alcanzar con una comunión de esfuerzos y propósitos. El país no puede seguir dando tumbos y estar al cuidado de improvisaciones y ensayos de laboratorios.
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@GuerreroMiguele