Miguel Guerrero.
En varias entregas me he referido al hecho de que en este país no se respetan ni a los muertos. Deudos acongojados e impotentes se han acercado a esta columna para denunciar que en el cementerio Cristo Redentor se roban las tumbas de sus familiares.
La información es intranquilizadora y requiere de una investigación seria y sin dilaciones por y de las autoridades del Ayuntamiento, para devolverles el sosiego a muchas familias dominicanas que pasan por tan terrible trance.
El problema consiste no en el hurto de féretros con los restos de personas fallecidas. El caso pudiera ser peor. Se ha permitido el enterramiento de cadáveres en fosas donde reposan otros cuerpos, de familias sin vinculación alguna.
Fue el caso de Rubén, me reservo los apellidos, que desesperado acudió ante algunos periodistas para denunciar que el cadáver de un extraño fue sepultado en la misma fosa donde reposan los restos de su madre. Su caso no es el único. Se entiende que por esta experiencia lastimosa han pasado muchos otros ciudadanos.
Desde hace tiempo se sabe que los cementerios no son lugares seguros y que personas que merodean y se la buscan por allí, como se dice popularmente, sustraen las flores de las tumbas para revenderlas a otros dolientes, lo que se ha convertido en un negocio diario, no sólo en el Cristo Redentor sino en todos los cementerios públicos del país.
Pero una cosa es que se incurra en esa práctica, por cierto condenable, y otra es que se permita el entierro de una persona sobre la tumba de otra, sin la autorización de los familiares de esta última.
El caso es insólito y dice muy poco del respeto que ciertas autoridades tienen sobre el dolor que produce a los demás la muerte de un familiar cercano.
La frase “que descanse en paz”, con que la mayoría de la población suele enterrar a sus muertos, al parecer no se cumple en la República Dominicana. Es para morirse.
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@GuerreroMiguele