El presidente Medina cumplirá dentro de algo más de dos semanas su primer año de administración y en todo ese lapso no le ha entregado al país ningún mensaje, sea radial, televisivo o escrito, a excepción del discurso al juramentarse en el cargo. Sus declaraciones se han limitado hasta ahora a escuetas declaraciones en cada visita sorpresa o no previamente anunciada a comunidades del interior, en las que no aborda asuntos de debate público sino temas muy concretos vinculados al objetivo de cada encuentro. Tampoco ha ofrecido ninguna rueda formal de prensa ni se ha reunido con los medios. Sus contactos esporádicos con periodistas han sido excluyentes y de acceso restringido.
El modelo de comunicación implementado en esta primera fase le ha dado sus frutos y con toda seguridad se lo seguirá dando por algún tiempo. Pero a la postre si se resiste a una comunicación más abierta y franca, a un diálogo más diáfano y transparente, en algún momento alguien tendrá que darse cuenta del cambio en los resultados.
Los presidentes democráticos, e incluso los que fingen serlo, entienden la importancia de comunicarse de una manera más directa con la población. Muchos de ellos rehúyen los encuentros serios con los medios, y optan por ambientes amigables con periodistas complacientes, para no enfrentar preguntas incómodas, que por molestas que resulten reflejan casi siempre el sentir de la sociedad. Por lo regular, son esos encuentros los que le permiten escuchar a un presidente lo que sus ministros y colaboradores no les dicen y ocultan. Los jefes de Estado adictos a los halagos de una prensa entregada al poder terminan marginados de la realidad. Por esa razón muchos no alcanzan a entender las demandas sociales y terminan abrumados bajo el peso del rechazo.
Nada se pierde hablándole frecuentemente al país con honestidad y franqueza.
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