Error pueril es lo menos que podría considerarse el desacierto del candidato presidencial perredeísta Miguel Vargas Maldonado al confiar las decisiones comunicacionales de su proyecto a inexpertos y aventureros de otras áreas que ni idea tenían de lo que hacían.
Su renunciante asesor de imagen, Jorge Lendeborg, confesó en el programa televisual Ideas Encontradas que, al filo de 2010, le pronosticó por escrito la derrota que sufriría en el proceso convencional del domingo 6 de marzo pasado frente a su único contrincante, Hipólito Mejía, debido a que obedecía a un equipo de campaña y a consultores enganchados que cometían yerros al granel. Culpó al economista Andy Dauhajre y a Neney Cabrera de trastornar todo el proceso y de importar técnicos extranjeros que desconocen el contexto nuestro. Y al ex candidato a alcalde de la capital y director de la campaña, Alfredo Pacheco, de desconocer principios elementales de planificación.
Son acusaciones muy graves que desdicen mucho de la visión y el respeto a las otras profesiones por parte del candidato derrotado, un matemático, ingeniero civil y riquísimo empresario de la construcción.
Lo más lastimoso es, sin embargo, que esa sinrazón de incursionar o permitir la incursión de cualquier trotamundo en la dirección de procesos comunicacionales, no es exclusiva de Vargas Maldonado. Abarca a casi toda la gama de los políticos y otros profesionales de este país, y hasta de buscavidas que jamás han olfateado una butaca universitaria. Todos creen –lo dicen sin reparo– que la comunicación no se estudia porque “todos nacemos comunicadores”. ¡Válgame, Dios! Eso solo ya denota la supina ignorancia de los allegados acerca del andamiaje teórico-metodológico de esta ciencia. Mas estos vivos cometen verdaderos atracos contra personas a quienes se les supone inteligentes y con buen dominio de la lógica… y de la época.
En cualquier actividad de la vida, la comunicación no es un componente aislado ni accesorio. Ella cruza de manera transversal todos los procesos; es parte consustancial de ellos. Y gerenciarla no es, por tanto, tarea de ignorantes. Menos si son diestros de otras disciplinas, pero carecidos de la simple de dosis de humildad y de ética necesarias para conocer y respetar los límites de sus profesiones.
Fracasan muchas instituciones y personas a causa de los desvaríos comunicacionales, a pesar de registrar múltiples fortalezas en otros estamentos. Sucumben por su visión tubular sobre la gestión de un aspecto de primer orden en el mundo: la comunicación. Y más que eso, por asumirla como un gasto, no como una inversión; como un elemento al margen que se puede resolver pagándole centavos a un profesional en la materia… o millones de pesos, dólares y euros a un “vivo” que sea “buen amigo”. (TP: Especialista en Políticas y Planificación de la Comunicación)
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email