El destacado tratadista de Derecho Penal Raúl Zaffaroni, en su obra La Cuestión Criminal, plantea lo siguiente: “Lo cierto es que las personas que todos los días caminan por las calles y toman el ómnibus (autobús) y el subte (metro) junto a nosotros tienen la visión de la cuestión criminal que construyen los medios de comunicación, o sea, que se nutren –o padecen– de una criminología mediática.”
Es un interesante punto de vista que plantea el tema de cómo los medios de comunicación juegan un papel trascendental en la creación de una atmósfera de seguridad o inseguridad ciudadana. En una ciudad tan grande como Santo Domingo, con una población que ronda los 2.5 millones de habitantes, los medios de comunicación constituyen el recurso fundamental mediante el cual la ciudadanía se entera de los delitos ocurridos.
Si a esto le sumamos el axioma de que “el morbo vende”, entenderemos por qué algunos medios de comunicación tienden a concentrarse en la propagación de los delitos más horrendos, contribuyendo así a crear una imagen distorsionada de la realidad.
En modo alguno se pretende indicar que los medios de comunicación deban ocultar la realidad, sino que sencillamente deberían comunicarla de forma integral e imparcial, con el objetivo de informar y contribuir al encuentro de soluciones, no con el mero objetivo de vender.
Un excesivo amarillismo puede convertirse en un factor de desinformación sobre la realidad delictiva y crear una división simplista de la sociedad (buenos versus malos), construyendo estereotipos y transmitiendo el mensaje de que los pobres y marginados son la causa principal de la problemática criminal.
¿Circulo vicioso? Definitivamente, la criminología mediática es uno de los elementos principales catalizadores para el reforzamiento de la tesis de la “mano dura” en la ofensiva contra el crimen, la cual, en la práctica sólo sirve como soporte para la realización de actividades que restringen las libertades y derechos ciudadanos, o que a su vez motiva que el policía se convierta también en juez, cuando la sociedad le da permiso para dictar y ejecutar sentencia, se vulneran los principios esenciales que sustentan todo el andamiaje judicial de nuestra sociedad que paradójicamente los mimos medios amarillistas critican.
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