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Batalla Electoral 2024

La crisis haitiana

No es un exceso de alarmismo. Se trata de una realidad a la que no podemos sustraernos y ante la cual estamos obligados a mantenernos en vigilia, conscientes de esa posibilidad y preparados para afrontarla con medidas eficaces y la debida sensatez.  

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Que la Cancillería haya tratado de minimizar la importancia del violento enfrentamiento ocurrido en la frontera que costó la vida a un haitiano y elevó el nivel de tensión en la zona, se explica y justifica en el marco siempre  prudente y medido del lenguaje diplomático.  Pero la realidad es otra y la obligada lectura de este incidente se proyecta en una dimensión mucho más preocupante y potencialmente riesgosa.

De ahí el reforzamiento militar de la frontera sobre todo en los puntos considerados más vulnerables, la colocación de los tradicionales sacos  tras los cuales busca resguardo la tropa vigilante armas en mano y en estado de alerta permanente con el respaldo de vehículos artillados.

No es un ejercicio de fogueo, ni una innecesaria y allantosa exhibición de poderío castrense.   El peligro es cierto y latente.  Si la frontera siempre permanece en continuo estado de presión migratoria, mucho más lo es bajo las presentes circunstancias en que se viene desenvolviendo Haití en las últimas semanas.  Ahora, sin embargo, con características de violencia de las cuales este último enfrentamiento no ha sido la única evidencia.

Lo ocurrido en el Carrizal y lo que ha venido sucediendo en anteriores  recientes episodios matizados por amenazantes turbas de haitianos enarbolando machetes y garrotes amenazando y atacando con piedras a las patrullas militares desplegadas en la frontera, hay que analizarlo no como hechos aislados sino resultado creciente de la grave crisis de autoridad y falta de control de orden público reinante en Haití.

Lo que dio inicio como un movimiento de protesta popular reclamando esclarecer el destino de 3 mil 800 millones de dólares producto del acuerdo de PETROCARIBE, supuestamente malversados en todo o en buena parte por un grupo de ex ministros del gobierno de Michel Martelly y de miembros del gabinete de su protegido y sucesor  el presidente Jovenel Moise ha derivado al punto de exigir la renuncia de éste.

Cuantos  esfuerzos  ha hecho hasta ahora el muy debilitado mandatario por aquietar la protesta pública han resultado inútiles. Y es evidente que la aplastante votación de la Cámara de Diputados, 93 a favor, solo 6 en contra y 3 abstenciones acordando la destitución del primer ministro Henry Ceant evidencia su orfandad de apoyo congresual y se estima que acrecentará el estado de infuncionalidad de su gobierno, asediado por las denuncias de corrupción, irrefrenable violencia criminal, creciente desabastecimiento y alza en el costo de la vida agudizando aún más el persistente estado de miseria y marginalidad en que malvive la mayor parte de su población.

Considerado con sobradas razones como “estado fallido”, el futuro inmediato de Haití resulta cada vez más preocupante.   Los pronósticos fundados en la marcha de los acontecimientos, no se orientan precisamente a su favor.  Es una caldera hirviente que pudiera desbordarse en cualquier momento y sus efectos volcarse en una marejada humana sobre la frontera y este lado de la isla.

No es un exceso de alarmismo. Se trata de una realidad a la que no podemos sustraernos y ante la cual estamos obligados a mantenernos en vigilia, conscientes de esa posibilidad y preparados para afrontarla con medidas eficaces y la debida sensatez.

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