La columna de Miguel Guerrero
El alto grado de dependencia de muchos de los países como la República Dominicana de esas importaciones de petróleo y derivados, ensombrecen sus perspectivas a corto y largo plazos. Además, existe la amenaza permanente de nuevos incrementos, no siempre determinados por necesidades reales del mercado o las economías de los países del cartel petrolero, sino por razones de índole mayormente políticas, como ha sucedido ya en el pasado.
Aún cuando el alza del petróleo ha estado inspirada en la necesidad de modificar los términos de un intercambio desigual para las naciones productoras de materias primas, es evidente que han sido éstas naciones más pobres las que han cargado con el peso del nuevo desequilibrio que esto llevó al mercado internacional. Y no podía ser de otra manera, puesto que países pequeños como la República Dominicana, por ejemplo, no poseen ni la flexibilidad de las naciones industrializadas para reajustar las pautas de su comercio e inversión, ni el margen para reducir su consumo.
Venezuela, principal suplidor de los países no productores del hemisferio, sostiene un programa de financimiento, Petrocaribe, que alivia el peso económico de los suministros pero incrementa la deuda, convirtiéndose de este modo en el mayor acreedor de la región y haciéndolos más dependientes de un solo suplidor.
Sin embargo, los aumentos del petróleo han servido también a los gobiernos del Tercer Mundo para justificar sus tropiezos y fracasos en materia de administración de los recursos de sus países.
La realidad es que si bien el precio del petróleo ha profundizado nuestros males, las causas reales del atraso que nos agobia son resultado directo de la mala planificación y la insensibilidad de malos gobiernos y cúpulas políticas y empresariales que han hecho del poder un medio para preservar sus privilegios.