Debido a la pandemia del Coronavirus, el gobierno
dominicano decidió que la educación se imparta de manera virtual, sin asistir a
las escuelas; utilizando en los hogares, internet, computadoras, etc. Sin
embargo, parecería que no se ponderó, serenamente, el efecto que tendría sobre
la calamitosa situación en que viven los más desposeídos.
A nivel nacional, tenemos una población muy pobre; viven
hacinados en pequeñas y frágiles casuchas, con familia numerosa. Los padres, desempleados,
esperan con ansiedad el momento de dejar los hijos en las escuelas, su lugar
más seguro, para salir a “chiripear”, ganarse el peso, llevar comida y cubrir
necesidades mininas en la familia. Al decidir educación virtual, el panorama
cambia. Parecería que no se pensó en aquellos niños y jóvenes, cuya alegría depende
de llegar al centro educativo, no solo para aprender sino para practicar algún
deporte, compartir con compañeros y hasta comer, para luego con la mente
despejada, volver a su humilde vecindario.
No deberían
quitarle el deshago a los infelices. La
educación puede ser presencial. Las escuelas tienen la estructura física
adecuada, para el desarrollo físico y mental de los estudiantes. Para los más pobres
es como un paraíso; es el lugar donde aprenden; el lugar donde comen; el lugar
donde practican deportes; el lugar donde botan el stress; es su paseo y recreación.
La educación virtual, los ahogara; viven
en la miseria; sin espacios para computadora, con niños llorando, padres
buscando “el peso”; vecinos discutiendo y con música alta.
Este sistema
educativo, en un ambiente de tanta pobreza, donde no pueden ejercitar el cuerpo
ni cuidar la mente, sin vigilancia ni siquiera en la escritura y caligrafía, sin agua, sin energía eléctrica, sin comida, sin paz, los resultados del aprendizaje no
serán positivos.
¿En quién se pensó
para establecer la educación virtual? Al
pobre no podemos asfixiarlo más, pidiéndole que coja la computadora, se olvide
del entorno y pase cuatro horas “aprendiendo”, con ruidos por doquier. Las
clases pueden ser presencial, con doble tandas, incluyendo los sábados, supervisados
por profesores y con alimentos; los pobres corren menos riesgos de enfermarse
por la pandemia, que, preso en su miseria.
No debemos quitarles a los niños la alegría de ir a la escuela, obligándolos a vivir confinado, sin espacio para la computadora; con riesgo de que sea sustraída por delincuentes; sin energía eléctrica, expuesto a que una tormenta derrumbe la casita y las aguas arrastren el ordenador; sin paz para estudiar. Indiscutiblemente, ¡las clases deben ser presenciales!!, si insisten en que sean virtuales, que habiliten las escuelas para que los pobres vayan a recibirla, bajo la orientación de sus profesores y con el protocolo requerido. Los estudiantes clase media y ricos, no me angustian; los padres pueden pagar tutores; pueden reunir compañeros de su nivel, para estudiar juntos en cómodos salones y hasta divertirse; pero los pobres no. Con la educación virtual, la brecha entre ricos y pobres será mayor. Reflexionemos.