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La Era Neruda

Enfoque

En cambio, Siqueiros pintó en la Escuela México de Chillán, en el Sur chileno, uno de sus famosos murales.

José del Castillo Pichardo
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Literariamente conocí a Pablo Neruda en la primavera libertaria del 61, cuando mozalbete abrazamos su credo poético, identificándolo como un instrumento eficaz a nuestras tempranas inquietudes políticas y a los dilemas existenciales propios de la adolescencia, plasmados en sus versos de juventud (Crepusculario; Veinte poemas de amor y una canción desesperada). Su Canto General nutría el arsenal ideológico-literario que animaba la fragua del grupo Arte y Liberación, capitaneado por el ímpetu multiplicador de Silvano Lora. En la voz espléndida de Miguel Alfonseca se articulaban los versos imponentes de este poemario raigal de nuestra América.

García Lorca, Machado, Alberti, León Felipe, Guillén, Vallejo, del Cabral, Mir y Carmen Natalia, completaban el elenco de poetas cuyos textos alimentaban las veladas de esa vanguardia cultural en la cual militaba, celebradas en el Palacio Consistorial, en El Conde contestatario de aquellos tiempos.

Cinco años más tarde, una plomiza mañana de abril del 66, conocí al poeta en persona en Santiago de Chile en el Teatro Baquedano. Acababa de leer en tono solemne cansino su Versainograma a Santo Domingo, en un acto de solidaridad con el país ocupado por las tropas de la FIP. A la salida lo abordamos junto a un grupo de dominicanos, formado por universitarios y cadetes de la Escuela Militar. Platicamos con esta figura casi mítica, a quien todos los chilenos reconocían como su par más universal. Quien complaciente estampaba su firma en el impreso de este poema memorable.

De temple apacible, distancia aristocrática, Neruda se manejaba con cláusulas cortas y una fina ironía que reforzaba con sonrisa a flor de labios y la modulación de sus arcadas cejas. Jugaba con la ignorancia del interlocutor, seguro de su perfil de semidiós de la poesía. En cierta ocasión, en Isla Negra, cuestionado por un carpintero que movía el retrato del poeta Walt Whitman, acerca de si éste era su abuelo, Neruda contestó con simbolismo filial: «No, es un retrato de mi padre».

Después de ese encuentro –lector voraz de todo lo nerudiano-, tuve otros fortuitos o buscados cruces con quien naciera en Parral el 12 de julio de 1904, hace 120 años, como Neftalí Ricardo Reyes Basoalto y creciera en Temuco, en el Sur forestal y lluvioso, en la Araucanía, cuya fuerza telúrica inconfundible se cuela en la melancolía de su timbre («Quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta. De aquellas tierras, de aquel barro, de aquel silencio, he salido yo a andar, a cantar por el mundo»). Hijo de ferroviario y huérfano de madre, fue criado por la 2da esposa de su padre, llamada amorosamente «mamadre». A los 16 años adoptó el nombre literario que lo afamaría hasta llevarlo al Nobel en 1971.

En ese lapso, encandilaría a los enamorados con Veinte poemas de amor y una canción desesperada –obra publicada a los 20 años y traducida a decenas de lenguas en cientos de ediciones-, tocada por un romanticismo descarnado. Atraparía al lector en la búsqueda existencial que hallamos en Tentativa del hombre infinito, El habitante y su esperanza y que se percibe en Residencia en la tierra. Nos asombraría con el amor maduro de Los versos del Capitán, editado en Italia en 1952 en tiraje limitado y anónimo, entonces residente en Capri acompañado por su musa Matilde Urrutia, su compañera definitiva. Las Odas elementales repasarían amplia gama de tópicos, desde las nutricias cebolla y alcachofa, el caldillo de congrio, hasta el jabón, los calcetines, la farmacia y las estrellas.

Activista en sus años mozos de la Federación de Estudiantes de Chile en Santiago -donde estudiaba en el Instituto Pedagógico-, colaborador de su órgano Claridad, fundador y director de revistas culturales. Flaco, bohemio de pensión universitaria, ataviado de capa negra, nos dice: «Desde aquella época y con intermitencias, se mezcló la política en mi poesía y en mi vida. No era posible cerrar la puerta a la calle en mis poemas, como no era posible tampoco cerrar la puerta al amor, a la vida, a la alegría o a la tristeza en mi corazón de joven poeta.»

«Te recuerdo como eras en el último otoño/Eras la boina gris y el corazón en calma/En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo/y las hojas caían en el agua de tu alma.» Es el Poema Seis dedicado a Albertina Azócar, compañera universitaria y hermana de Rubén, amigo y poeta.

«Un premio literario estudiantil, cierta popularidad de mis nuevos libros y mi capa famosa, me habían proporcionado una pequeña aureola de respetabilidad, más allá de los círculos estéticos». A los 22 años Neruda es designado cónsul en la remota Rangún, Birmania, donde conocería a fondo el sistema colonial británico y a Josie Bliss, una amante apasionada y fiera que le obligaría a escapar hacia nuevo destino en Colombo, Ceilán. Esta fuga dio origen al Tango del viudo, poema terriblemente doloroso.

En los años que definieron el siglo XX, Neruda fue también cónsul en Java –allí casaría con María Antonieta Hagenaar, Maruca, procreando a Malva Marina, fallecida a los 8 años-, Singapur, Buenos Aires, Barcelona, Madrid –donde Lorca lo presenta en conferencia y recital en la Universidad, funda la revista Caballo Verde y se involucra al lado del bando republicano durante la guerra civil. El asesinato de Lorca le conmociona y escribe su Oda a Federico. Hace causa con Rafael Alberti, Miguel Hernández –alojado en su casa madrileña-, León Felipe, Luis Cernuda, Vicente Aleixandre y otros intelectuales españoles. Conoce a la artista argentina Delia del Carril (La Hormiga), quien sería su segunda esposa, 20 años mayor que él (Neruda 30, Delia 50).

Removido del cargo se traslada a París y coordina con Louis Aragón, Paul Éluard, Picasso, César Vallejo, los movimientos de solidaridad con España. Publica España en el corazón y es designado en 1939 cónsul en París para la emigración de los refugiados republicanos, labor que realiza con tesón en el crucero Winnipeg.

En 1940 es nombrado cónsul general en México. Allí establece estrecha amistad con pintores como Rivera y Siqueiros, a quien ayudó a escapar de la cárcel otorgándole visado chileno. Gesto que le costó la suspensión por dos meses de sus funciones. En cambio, Siqueiros pintó en la Escuela México de Chillán, en el Sur chileno, uno de sus famosos murales.

En el 43 regresa a Chile este viajero incansable – «el viajero inmóvil» lo calificaba Emir Rodríguez Monegal en un ensayo biográfico sobre su poesía-, no sin antes llegar a Cuba y leer su Canto a Stalingrado, visitar en el Cuzco las imponentes ruinas incaicas que le inspirarían su célebre Alturas de Macchu Picchu. En 1945 es electo senador por las provincias nortinas y proletarias de Tarapacá y Antofagasta ingresando al Partido Comunista. Un año después es jefe de propaganda de Gabriel González Videla, candidato presidencial del Partido Radical apoyado por los comunistas. La Guerra Fría distancia a González Videla de los comunistas y se produce la ruptura con Neruda, quien pronuncia su pieza oratoria «Yo acuso» que provoca su desafuero como senador, la persecución y clandestinaje del poeta durante un año, hasta su escapada hacia Argentina por las estribaciones cordilleranas australes. Esas vivencias van fraguando la épica del Canto General de Chile, que se transformaría en Canto General de América.

En los 50, Neruda se integra activamente al movimiento mundial por la paz (CMP) y recorre el globo en esas lides, incluyendo la URSS y el campo socialista, China, y la India. Se convierte en verdadera celebridad, aupado por su talento y la Guerra Fría cultural. Entrega y recibe los premios Lenin y Stalin de la Paz. Viaja en esos menesteres por Asia y Europa con Rivera, Guillén y Jorge Amado. En México se publica en 1950 su Canto General ilustrado por Siqueiros y Rivera, mientras en Chile se edita clandestinamente.

Sus 50 años, coincidiendo con sus Odas Elementales, los celebrará en Isla Negra en compañía de Ilya Ehrenburg, Ai Chin, Emi Siau, sus camaradas escritores rusos y chinos y una amplia gama de intelectuales. En acto de generosidad –siendo un bibliófilo consumado- dona su biblioteca a la Universidad de Chile, así como su colección de caracolas.

Concluye La Chascona para Matilde, se separa de Delia del Carril (1955), viajes a los países socialistas, Brasil, Uruguay, Argentina (donde es apresado), regreso a Birmania, Ceilán (motivo de Estravagario), las tierras misteriosas de su juventud. Publica dos libros adicionales de odas, así como Navegaciones y regresos, y Cien Sonetos de Amor.

En el inicio de la década del 60 Picasso ilustra con 14 aguafuertes su composición Toros y se publica en Cuba Canción de gesta, en tiraje de 25 mil ejemplares. Participa en la campaña electoral a favor de Allende. Traduce a Shakespeare (Romeo y Julieta) -en su juventud lo hizo con Anatole France y William Blake. Es investido doctor por la Universidad de Oxford y Académico de mi Facultad de Filosofía y Educación –que fuera también la suya-, ponderado por el poeta Nicanor Parra.

Entrega el Premio Lenin en la URSS a Rafael Alberti. Escribe Comiendo en Hungría con Miguel Ángel Asturias. Visita Estados Unidos, invitado por el Pen Club presidido por el dramaturgo Arthur Miller y graba su voz en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Recuerdo que esa visita a los Estados Unidos, en 1966, en plena guerra de Vietnam, motivó una carta pública condenatoria de intelectuales y artistas, encabezados por Nicolás Guillén –a quien justo conocí en Chile en compañía de Neruda y quien en sus años chilenos estuvo albergado generosamente en la casa del poeta. Este gesto nunca sería perdonado por Neruda. En sus memorias Confieso que he vivido lo contrasta con el poeta español Jorge Guillén, calificando a éste como «Guillén el bueno» y a Nicolás como «Guillén el malo».

Tras esta navegación esencial por la multifacética aventura de una figura cardinal del movimiento cultural internacional del siglo XX, viajero incansable, contertulio, gastrónomo entusiasta, quien cultivara amistad con lo mejor de la intelectualidad de su época, quedan pendientes mis vivencias directas con el Poeta, como le designara en mayúscula Jorge Edwards.

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