Un cordial saludo a todos mis queridos lectores.
Una vez un joven periodista muy afortunado había conseguido la mejor entrevista de su vida. Iba a entrevistar ni más mi menos que a Dios. Esa tarde llegó a su hogar tres horas antes, preparo sus mejores ropas y lavo su automóvil e inmediatamente salió de su hogar.
Maniobro por la avenida principal rumbo a su cita, pero en el trayecto cayó un chubasco que produjo tapón del trafico y quedo parado. El tiempo trascurría eran las 7:30 P.M. y la cita era a las 8:00 P.M. repentinamente le tocaron el cristal de la ventanilla y al girarse vio a un niño de unos 10 años y le ofreció un cajita de chicle. El hombre saco algún dinero de su bolsillo y cuando se lo iba a entregar al niño no lo encontró. Miró hacia el suelo a ahí estaba, tirado en medio de un ataque de epilepsia.
El hombre abrió la puerta de si vehículo lo introdujo como pudo. Inmediatamente buscó como salir del tapón y lo logró, dirigiéndose a un hospital de Cruz Roja cercano entregó al niño y después de pedir que lo atendieran de la mejor forma posible, se disculpo con el doctor y salió corriendo para tratar de llegar a su cita con Dios.
Sin embargo, el hombre llegó 10 minutos y Dios ya no estaba. El hombre se ofendió y le reclamó al cielo: Dios mío, pero tú te diste cuenta, no llegué a tiempo por el niño, no me pudiste esperar. ¿Qué significan 10 minutos para un ser eterno como tú?
Desconsolado se quedó sentado en su automóvil; de pronto lo deslumbró una luz y vio en ella la carita del niño la carita del niño a quien auxilió. Vestía el mismo suetercito deshilachado, pero ahora tenía el rostro iluminado de bondad. El hombre, entonces, escuchó en su interior una voz: Hijo mío, no te pude esperar…y salí a tu encuentro.
Los dejo con esta lectura tomada del Libro de las Lamentaciones, Capítulo 5, Versículo 1, que dice:
“Recuerda, Señor, lo que nos ha pasado; mira y fíjate en nuestras afrentas”.
Hasta la próxima y muchas bendiciones para todos.