Como periodista, he sido un eterno enamorado de la Estadística. Y aunque no le caiga tan bien a ella, de tanto insistir, algo me ha dejado.
Me ha enseñado, por ejemplo, que por su vía puedo medir la realidad solo con extraerle un trocito al azar y distribuirlo por estratos de manera proporcional. Se me parece mucho al patólogo que extrae y examina una minúscula partícula de tejido para determinar la consistencia del órgano total. O al campesino que con un instrumento filoso puncha el saco para que brote de manera aleatoria una porción de arroz y así averiguar las cualidades de todo el producto.
También me ha advertido que a través de ella se puede mentir; esto es, con sus datos, gráficos y cuadros muy bonitos, siempre es posible provocar la sensación de achicamiento o agrandamiento del objeto de estudio, si fuera el interés del patrocinador o del autor.
Como tal herramienta podría usarse para hacer el bien como para dañar, informar a la población con veracidad o engatusarla, curioso al fin, he tratado de aprender de ella cuándo sucede una cosa y cuándo la otra. Y no me ha ido tan mal.
Por eso no me bastan nombres exóticos ni ayantes con prestigiosas clientelas, ni pasión política, ni cuentos de camino, para tragarme resultados de encuestas o sondeos de opiniones electorales. Mucho menos rasgos físicos y tonos de extranjeros, aunque tales características aquí tengan un superávit de aprecio.
Como ejercicio de salud profesional, al verlas, lo primero que hago es dudar de ellas para tomarme el trabajo de escudriñarlas y descartar la incertidumbre.
En estudios con muestreos probabilisticos, los únicos cuyos resultados valen para toda la población estudiada, valoro con suma cautela por lo menos siete criterios de obligada presentación en la ficha técnica de la investigación. También verifico cada dato declarado; examino la correspondencia entre la muestra declarada y la real, y su distribución por estratos. Analizo la veracidad del margen de error expresado y el tamaño de la muestra. Observo de cerca el intervalo de confianza y las probabilidades de sesgos. Me pregunto quién paga la investigación. Requiero y escruto el cuestionario…
Cada vez que veo una encuesta publicada, mi primer paso es determinar de manera racional cuánto miente o acierta en tanto instrumento matemático pero manejado por seres humanos que no pueden, por su condición de sujetos, desapoderarse de la subjetividad y los intereses.
Y lo que he visto desde hace un año, desde que el opositor perredeísta Hipólito Mejía y el oficialista Danilo Medina son candidatos presidenciales, son unas encuestas a todas luces hechas en cuartos fríos para acomodarlas a los deseos de quienes las financian; y otras, apegadas al rigor científico, aunque no libres de algunas debilidades metodológicas.
Gallup, Penn, Shoen and Berland, Benenson, Asisa y otras similares han identificado una tendencia favorable al candidato oficialista. Otras, como Bendixen y Centro Económico del Cibao, presentan resultados diferentes.
Los estrategas de Mejía apuran el paso para tratar de desacreditar las investigaciones que han concluido con resultados inclinados a Medina. Se ve claro que en el fondo buscan evitar que eso no se traduzca en votos este 20 de mayo, día de las elecciones presidenciales y de diputados de ultramar. Magnífica idea.
Medina y sus asesores solo plantean que están arriba. Es cuestión de horas –precisan–, para saberlo. Igual de magnífico este planteamiento, pues manda al electorado una señal de ganador, muy importante en este momento.
Y yo, como periodista enamorado febril de la Estadística, infiero de los datos publicados que el oficialista debería ganar si no hay eventualidades, por más desafíos antiéticos que evacue Sergio Bendicen en su afán por justificar el trabajo de “encuestólogo”, no de apostador de casino, que le paga el PRD.
En una situación normal como la que vivimos, y a horas de las elecciones, Medina luce inalcanzable, según las más acreditadas empresas de investigación de opinión pública.
Y si éste no ganara los comicios del próximo domingo, entonces habría que mantener viva la memoria de la gente nuestra (de tanto gusto por el perdón y el olvido), para que lleve a la cárcel de la vergüenza, la falta de ética y los negocios sucios, a cuantas encuestadoras hayan hecho de maquilladoras de la realidad (serían muchas), pues no habría peor traición a la población dominicana que hablarle mentiras y cobrar mucho dinero por ellas.
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