Artículo escrito por: Milo Milfort
Puerto Príncipe.- Un día como hoy de hace dos años y solo dos semanas después del asesinato del presidente Jovenel Moise, Ariel Henry se convertía en primer ministro de Haití, un periodo que ha estado marcado por la falta de acción para afrontar la convulsa y cada vez más deteriorada situación que vive el país.
Cuando se instaló en el corazón de Puerto Príncipe, en la zona del Bicentenario, ahora controlada por las bandas armadas, Henry prometió que se haría justicia al asesinado Moise, que se celebrarían elecciones libres, honestas y transparentes lo antes posible y que se restablecerían el orden, la seguridad y la autoridad del Estado.
Sin embargo, dos años después de suceder como primer ministro a Claude Joseph no se puede hablar realmente de balance de Gobierno alguno, ni en el plano social ni en el político ni en el económico.
Haití es un país sin timón. No hay plan de Gobierno. No hay nuevos proyectos y tampoco voluntad política de mejorar las condiciones de vida de la población.
En la Justicia reina la desorganización. Los grandes dossieres no han avanzado nada. El caso del asesinato del presidente no progresa y, según su viuda, Martine Moise, Ariel es uno de los principales sospechosos que bloquean el despegue del proceso.
También en la prensa local se critica a Henry por haber realizado en los últimos meses una serie de viajes sin beneficio alguno para el país y en los que se ha limitado a pedir una intervención extranjera que no cuenta con la aprobación unánime de la población.
Además, los haitianos culpan al Gobierno de haber contribuido a poner el país en la crítica situación en que se encuentra en todos los órdenes.
La seguridad se ha deteriorado: en estos dos últimos años Haití ha sido testigo de masacres, violaciones de mujeres, secuestros con cientos de víctimas, quemas de casas y desplazamientos de miles de personas.
Según cifras oficiales, el número de bandas ha aumentado de 200 a 300. Y cada vez son más poderosas, hasta el punto que día a día se multiplican los territorios perdidos por el Estado.
El país está lejos de ser dirigido por Henry. Son las bandas las que controlan en buena parte Haití, actúan impunemente y, según organizaciones de defensa de los derechos humanos, están en connivencia con miembros del Gobierno.
También la situación socioeconómica es deplorable. Todos los indicadores están en rojo. Cerca del 50 % de la población haitiana sufre inseguridad alimentaria, a pesar de la puesta en marcha de una serie de programas anunciados a bombo y platillo en conferencias de prensa que no se concretan.
La inflación se acerca al 50 %, triplicando o incluso cuadruplicando el precio de los productos de primera necesidad, lo que aumenta aún más el coste de la vida en un país donde al menos una de cada dos personas vive en la pobreza.
Ante todo ello, cada vez son más los haitianos que huyen en masa del país en busca de una vida mejor, un éxodo masivo que está dejando a las empresas sin mano de obra.
Sin embargo, a pesar de este sombrío panorama y de no haber cumplido ninguna de sus promesas, el primer ministro no tiene oposición, no tiene contrapoder.
El magro historial de Henry como primer ministro se podría resumir en una remodelación de ministros, un aluvión de promesas, innumerables viajes al extranjero para asistir a conferencias y cumbres, el mantenimiento del poder sin ninguna legitimidad popular ni mandato oficial y la creación de un Alto Consejo de Transición sin competencias de ningún tipo.
En cuanto a las elecciones, hasta ahora no se ha alcanzado ningún consenso entre los partidos políticos para su celebración. Además, la inseguridad no augura que pueda haber unos comicios en condiciones, por lo que el neurocirujano Henry seguirá en el poder.
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email