Si la felicidad se vendiera muchas gentes darían todo lo que tienen para comprarla, pero habría que averiguar cuales cosas son las que hacen felices a las personas para que se dediquen a buscarla, porque algunos creen que está en la salud, la riqueza, la fama, el deporte, los placeres, en su profesión, en la política y en la abundancia de bienes materiales, pasando por alto las necesidades del corazón del ser humano.
Traemos la historia del dueño de una cadena de hipermercados, que al ser consultado por un periodista sobre su política y sus proyectos, respondió: «Tenemos que ganar la confianza de nuestros clientes… Lucho por la felicidad de la gente que viene a comprar a mis negocios. Para ello quiero ofrecerles nuevos servicios que van desde el lugar de oración hasta la clínica médica… Comprar, consumir, encontrarse con otros, cultivarse, cuidarse, orar… Quiero satisfacer estas necesidades… Quiero monetizar la felicidad, comercializarla».
Pese a la introducción insólita de la oración en esta lista de productos de consumo, ¡Qué desesperante materialismo! Pretender comprar o vender la felicidad es confundirla con el confort e ignorar las necesidades del corazón.
El hombre tiene sed de una paz interior, y para saciarla necesita una seguridad que nadie puede venderle. Sólo Jesús puede ofrecer la verdadera felicidad, y es gratis. No la ofrece por medio de condiciones de vida más favorables, que sólo aportan un frágil, temporal e inseguro equilibrio.
Es necesario confesar este estado de insatisfacción permanente, de oposición más o menos consciente a Dios, y volverse a Jesús. Él murió en la cruz para borrar nuestros pecados, resucitó, y ahora está vivo en el cielo. Al tomar nuestro lugar bajo el juicio de Dios, pagó el precio por nuestra felicidad presente y eterna. “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos” (Romanos 4:7).
Si alguno tiene sed, venga a mí (Jesús) y beba. – Juan 7:37. El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente. – Apocalipsis 22:17.