La grandeza de la Humildad

La humildad es una virtud que  muchas personas olvidan poner en práctica, porque la  consideran como un signo de debilidad o cobardía. Pero es todo lo contrario, porque al decir del sabio Salomón, “mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios”, (Proverbios 16:12).

Sin embargo, en estos tiempos, individuos que antes no eran nada y ahora les sonríe la riqueza y la fama, les ha surgido la prepotencia, el orgullo, la vanidad, la altanería, la jactancia, el engreimiento, la inmodestia, afectación, pedantería y presunción, que es todo lo contrario a la humildad.

Éstos no acaban de asimilar sus “éxitos” y creen que es producto de su capacidad, esfuerzo y habilidad, pero ignoran que todos sus logros tiene que ver con la misericordia de Dios, quien hace llover sobre buenos y malos; y por su jactancia, suficiencia e ignorancia, no glorifican el nombre del Dios, Creador  del universo.

El concepto humildad, viene del latín humus, que significa tierra, y al aplicarlo a la conducta humana, tiene que ver con aquellos que reconocen  su modesta procedencia y lo que realmente son; y si en la vida han alcanzado algo, ya sea fama, riqueza o popularidad, no se envanecen, sino que  lo agradecen a Dios.

Hay personas que por naturaleza son orgullosas, debido a su procedencia y condición económica, pero hay otras que aún no teniendo nada, muestran un enfermizo orgullo, y se sienten incómodas si reciben la ayuda de alguien.  La falta de humildad no excluye a pobres ni a ricos, porque es una condición de la naturaleza humana caída.

El orgullo es algo tan desagradable que Jesús mismo dijo que “cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”, (Lucas 14:11).

La Biblia dice que “nada hagáis por contienda o por  vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros”, (Filipenses 2:3-4). Sin embargo, hay personas que se creen importantes y merecedoras de todos los elogios, como ocurre con ciertos artistas, políticos y deportistas famosos. Otros no quieren reconocer sus errores al creerse infalibles y no admiten ningún tipo de corrección.

Vemos a diario como los hombres quieren solucionar sus problemas, muchas veces en perjuicio de los demás, y es penoso que algo así se estile en nuestra sociedad.

El ejemplo mas grandioso de humildad, lo mostró Jesucristo, “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”, (Filipenses 2: 6-8).

Jesucristo, el mismo Dios manifestado en carne, y la segunda persona de la trinidad divina, se despojó de todos sus atributos, como su indescriptible gloria y poder, su omnisciencia, omnipresencia y su eterna comunión con su Padre,  para descender y manifestarse a este mundo a través del vientre de la virgen María y nacer en un incómodo  pesebre, porque no hubo para él  lugar en el mesón.

Así que el Hijo de Dios vino a este mundo, como siervo y hombre,  sufrió la burla, el desprecio y rechazo de su pueblo, fue humillado,  maltratado, torturado, escarnecido, herido y llevado a la cruz como si fuera un vil malhechor y allí  entregó su vida en rescate del hombre pecador.

Jesucristo, se sometió a la obediencia del Padre, porque estaba  consciente de su misión, de satisfacer plenamente la justicia divina que demandaba la muerte del hombre pecador, pero tomó la forma de siervo, hecho semejante a los hombres y fue obediente a Dios hasta la muerte, siendo clavado en una cruz de maldición. Pero Dios le ha declarado al hombre lo que es bueno, como dice en Miqueas 6:8 “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante Dios.

¿Con quién habitará Dios en el cielo? El profeta Isaías dice: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados”, (Isaías 57:15).