El viernes 11 de marzo de 2011, a las 14:46:23 hora local, hace un año, Japón sufrió el seísmo más potente de su historia y el quinto mayor en el mundo desde el 1900 (9,0 grados Richter, epicentro en la más grande sus islas, Honshu), el cual desencadenó un tsunami y una crisis nuclear cuyo impacto en la salud de la población está por verse.
La Agencia de Policía Nacional ha confirmado 15,845 muertos, 5,893 heridos y 3,380 desaparecidos. El 92 por ciento de las personas ahogadas era mayor a 60 años.
El fenómeno superó en magnitud al del 1 de septiembre de 1923, en Kwanto (140 mil muertos). El 22 de mayo de 1960, Valdivia, Chile, registró el más grande (9,5).
Aunque la cantidad de fallecidos a causa del triple impacto es unas 20 veces menor que la registrada en Haití tras el terremoto de 7,0 grados del 12 de enero de 2010 (entre 200 mil y 300 mil), el primer ministro japonés Yoshihiko Noda acaba de reconocer que han fallado y que rectificarán los errores.
“No podemos escudarnos en excusas”, ha dicho a CNN en la víspera del primer año de la tragedia. Precisó que “habrá muchas lecciones aprendidas, así como también remordimiento por el accidente nuclear”. Confesó a la cadena de televisión estadounidense que Japón aún está en el proceso de autorreflexión y debate para evitar que se repita un incidente así, el cual –ha admitido–, desconcertó al mundo.
Un informe independiente de investigación de la Fundación Iniciativa para la Reconstrucción de Japón –citado por Noda—destaca que el país escondió a la opinión pública y a su aliado más importante, Estados Unidos, sus evaluaciones más importantes sobre el desastre nuclear. “Compartir con la comunidad internacional las enseñanzas y el remordimiento derivados de este accidente nuclear” –refirió el jefe del gobierno—, “contribuirá a la seguridad global de la energía nuclear, así como también a la cooperación internacional”.
Reconocer errores, aunque sea tarde, enaltece a Japón, revela su grandeza. Más porque lo hace en el contexto de una crisis económica y financiera global que le golpea con dureza. Tras la Segunda Guerra Mundial también presentó su mea culpa y se levantó de las cenizas.
Ese archipiélago se ha ganado la fama de organizado. Pocos le niegan su cultura de prevención de desastres, construida a través de muchos años a golpe de experiencias y trabajo. Y quizás por ella –y por la calidad de vida de la población– la mortal combinación de un sacudión telúrico tan grande, más un tsunami y un desorden nuclear peores, no tuvo consecuencias mayores. El Sistema de Alerta de Terremotos de allí cuenta con mil sismógrafos en todo el territorio. Su sistema de alerta de tsunamis es considerado muy efectivo. En el archipiélago ocurren, cada año, 3.5 millones de sismos; unos mil superan los 5 grados de magnitud Richter.
Soy becario del gobierno de ese país asiático. A principio de los noventa del siglo XX conocí su gran desarrollo tecnológico y las virtudes de su gente. También los mitos que se tejen sobre ella.
Lo primero que me impactó sin embargo no fue su aeropuerto Narita, edificado sobre un trozo de bahía rellenado de basura; ni su impresionante sistema ferroviario, presidido por su tren bala; ni la occidentalización de sus habitantes; ni las elegantes geishas. Tal vez por temor, lo primero que me marcó fue el letrero en una de las paredes del Tokio Prince, el tradicional hotel donde me hospedé a la llegada, en el centro de la capital, vecino de la Tokio Tower; así como la historia que me contaron del cambio, en 1868, de la antigua capital, Kioto (Tokio al revés) al lugar actual, por iniciativa del emperador Meiji.
Si no falla mi memoria, el epígrafe informaba más o menos así: este edificio está preparado para resistir el más grande sismo que ha afectado a Japón en este siglo. Si tiembla la tierra, mantenga la calma y observe las rutas de evacuación”.
El llamado Gran Terremoto de Japón Oriental o Terremoto de la Costa del Pacífico que el próximo domingo 11 de marzo de 2012 cumple su primer aniversario, no se registró en la capital nipona; por tanto, no puso a prueba al Tokio Prince, aunque sí al sistema de prevención nacional. Ya hay consenso que los daños habrían sido menores si todo hubiera funcionado mejor.
Las autoridades japonesas han anunciado correctivos para las debilidades evidenciadas. Seguro que avanzan en la práctica a partir de esa mala experiencia, muy diferente a América y el Caribe, donde impera una cultura reactiva y solo recuerdan los temblores de tierra y los maremotos cuando ocurren, para regodearse contando muertos, heridos y daños a las infraestructuras. tonypedernales@yahoo.com.ar