Cuando nuestro entorno parece un escenario en el que los “malos” se roban el show, solemos preguntarnos ¿vale la pena ser serio en este país? Por más entronizados que estén la corrupción, el narcotráfico, el lavado de activos y la impunidad, la respuesta debe ser “Si”.
Aunque no lo parezca, ser honesto aún es rentable y aparecen personas y empresas que lo aprecian y pagan bien por esto. Ante alguna decepción por falta de resultados positivos luego de una vida honesta, los antídotos son la paciencia y la voluntad de mantenerse incorrupto ante un sistema que aparenta ser apto para los más “vivos”.
Si después de una vida correcta alguien elige pasarse al lado malo solo por conveniencia o presión, su conciencia y la parte de la sociedad que funciona correctamente le pueden pasar factura, además de correr el alto riesgo de descalificarse para funciones que puedan dejar bienestar duradero y un ejemplo que no sea reprochable o vergonzante para su familia.
Quienes obtienen rápida y fácilmente de fortunas sin una cuota responsable de sudor y desvelos, no adquieren junto al dinero la capacidad de administrarlo correctamente y de valorar lo que pueden hacer por el más allá del disfrute inmediato.
La historia registra muchos casos de imperios que cayeron cuando sus sociedades se centraron en rendir culto a la personalidad antes que al bien colectivo. La prevalencia de ciudadanos que transmitieron de generación en generación el valor de la honestidad y el trabajo hicieron surgir las que hoy son potencias mundiales y referentes de desarrollo en todo el mundo.
No debemos dejar que por malas actitudes de algunos desarrollemos una falta de fe en el futuro de nuestra nación.
Twitter: @alonzocarlos