La Iglesia católica es una institución milenaria que ha enfrentado diversos desafíos a través del tiempo. Actualmente enfrenta tres grandes: 1) los escándalos de pederastia que desde la década de 1980 han devastado parroquias y diócesis, y cuestionado su credibilidad; 2) la tensión entre el conservadurismo que creció a partir de Juan Pablo II y el progresivismo que, en América Latina, encarnó la Teología de la Liberación; y 3) la proliferación de iglesias evangélicas en la región latinoamericana a partir de la década de 1980.
A diferencia de la Iglesia católica que tiene una estructura jerárquica de la Edad Media, las iglesias evangélicas proliferan en base al emprendedurismo religioso. Quien tenga el don de palabra y mayor capacidad de animación, convoca más feligreses. Los pastores pasan por un entrenamiento relativamente corto (comparado con la larga formación del sacerdocio) para ejercer el ministerio y formar iglesias. Todo eso facilita la rápida proliferación.
Por ejemplo, según el ex presidente del Consejo Dominicano de Unidad Evangélica (CODUE), Fidel Lorenzo, más del 50% de las congregaciones evangélicas en la República Dominicana operan de manera independiente, no conciliar (Listín Diario, 13 de marzo 2018). Dicho en dominicano, operan por su cuenta.
Por siglos, la Iglesia católica acaparó la vida religiosa en América Latina. Su misión colonial fue aniquilar las prácticas espirituales de los indígenas e imponer una religión monoteísta. Para el siglo 19 esa misión se había logrado. La América Latina conformada con países independientes era fundamentalmente católica, y así fue hasta la década de 1970, cuando comenzó la expansión de las iglesias evangélicas que provenían de Estados Unidos, donde se produjo un proceso de revitalización religiosa articulado por la ultraderecha en respuesta al movimiento de derechos civiles que impulsaron, en gran medida, las iglesias evangélicas de los negros.
Para ganar poder político en América Latina, los evangélicos han desarrollado una estrategia de formar muchas iglesias, penetrar los medios de comunicación, apoyar políticos que acojan sus ideas, y postular evangélicos a puestos electivos.
El fenómeno se ha producido también en la República Dominicana en los últimos 20 años. La Iglesia católica dominicana ya no es hegemónica ni en poder político ni en feligresía. Por ejemplo, en cualquier evento público que tenga el concurso de las iglesias, ambas están representadas (caso del Pacto por la Educación).
Además, mientras el porcentaje de la población dominicana que se identifica como católico ha bajado, el que se identifica como evangélico ha subido. Para ilustrar, según los datos de la encuesta del Barómetro de las Américas, en el 2006, el 67% se identificó como católico y el 13% como evangélico; en el 2016, el 55% se identificó como católico y el 24% como evangélico. Esto significa una pérdida de feligresía para la Iglesia católica de 12% en 10 años, y una ganancia de 11% para los evangélicos.
En la medida que la sociedad dominicana intenta democratizarse a partir de otorgar derechos de igualdad a distintos segmentos sociales, como es el caso de las mujeres, la Iglesia católica ha decidido hacer causa común con las evangélicas en posturas retrógradas que buscan impedir la conquista de esos derechos. He ahí la disputa de estos días sobre la Orden Departamental 33-2019 del Ministerio de Educación.
A la jerarquía católica dominicana le haría bien reflexionar sobre el camino a tomar. O siguen uniendo fuerzas con los sectores más retrógrados, o se suman a la lucha social por la igualdad de derechos que es indetenible, aunque siempre se enfrenten grandes escollos.
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