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La iglesia y el capitalismo (1 de 2)

En esencia, la Iglesia Católica ha aceptado siempre los principios fundamentales del capitalismo, que abarcan el derecho de propiedad de los medios de producción, la separación del trabajo y el capital, el salario, la libre competencia y las libertades civiles. Sin embargo, a partir de la revolución industrial ciertas manifestaciones del capitalismo han sido condenadas formal y oficialmente por la Iglesia, como lo demuestran infinidad de documentos y testimonios pontificios.

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En esencia, la Iglesia Católica ha aceptado siempre los principios fundamentales del capitalismo, que abarcan el derecho de propiedad de los medios de producción, la separación del trabajo y el capital, el salario, la libre competencia y las libertades  civiles. Sin embargo, a partir de la revolución industrial ciertas manifestaciones del capitalismo han sido condenadas formal y oficialmente por la Iglesia, como lo demuestran infinidad de documentos y testimonios pontificios.

En su mensaje de Navidad de 1942, Pío XII dice que la Iglesia “no puede ignorar ni dejar ver que el obrero, en su esfuerzo por mejorar su condición, se encuentra un sistema social que, lejos de estar conforme con la naturaleza, se opone al orden establecido por Dios y al fin que Él ha dado a los bienes de la tierra”. La idea fue ampliada por el mismo Pontífice en un discurso en septiembre de 1944, en el que plantea con franqueza las diferencias entre ciertas expresiones del capitalismo y la Doctrina Social de la Iglesia, nacida con la Encíclica Reum Novarum, de León XIII en 1891. “La Iglesia”, dijo Pío XII,” no puede de ninguna manera acomodarse a estos sistemas que admiten el derecho de propiedad siguiendo un concepto absolutamente falso, poniéndose en contradicción con el orden social de buena ley”. Según ese Papa, el capitalismo se apoyaba sobre concepciones erróneas y se arrogaba  “un derecho ilimitado” sobre la propiedad, prescindiendo de toda clase de subordinación al bien común, lo que la Iglesia siempre ha reprobado “como contrario al derecho natural”.

Existen más evidencias pontificias de condena a estas formas históricas del capitalismo. Por ejemplo, la encíclica Menti Nostrac, de 1950, dirigida a los sacerdotes, delineaba la posición que debían adoptar los curas ante el comunismo y el capitalismo, señalando sus “graves consecuencias”, lo  que la Iglesia “repetidamente ha denunciado claramente”.

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