La reputación es para los políticos, como un producto lo es para una empresa. Mientras más prominente sea el político, más frágil se vuelve su reputación. Mientras más popular, más vulnerable es. Y esta fragilidad se extiende a su vida personal, lo que significa que todo lo que éste haga, se suma o resta a su reputación. Sus acciones son evaluadas de manera continua por los medios de comunicación, por el público y el electorado.
Vivimos en una sociedad que vive de la imagen, en un mundo abatido de información, buscamos un atajo para obtener y simplificar nuestra búsqueda de data y datos, y formar así nuestras opiniones y percepciones que, muchas veces son más fuertes que la realidad misma.
Más allá de las propuestas, discursos, campañas publicitarias, tecnologías emergentes y mítines políticos, la imagen y la reputación se fabrican también de manera visual, son determinantes en la búsqueda del voto ciudadano y la obtención del poder.
Jon Simmons, destacado catedrático, PhD de Cornell, Profesor de la Universidad de Virginia y experto en Filosofía Política, explica, en su publicación denominada “El poder de las imágenes políticas”, como la visual se convierte en un arma poderosa a dominar por parte de los candidatos. Como una buena administración de imagen es un factor preponderante a la hora de lograr las preferencias electorales.
Simmons afirma que el electorado responde a nuevos términos que se han presentado en el escenario político por líderes que tienen éxito, que logran destacarse como figuras o celebridades en los medios. Esa élite política es valorada positivamente pues posee características que los hacen distinguir de los demás. O al menos eso es lo que proyectan: una imagen articulada, ordenada y consensuada. Y, en consecuencia, se les caracteriza por una coherencia en su accionar y su discurso.
De ahí que la imagen sea un asunto de primer orden en lo que a la aceptación del electorado se refiere, siendo la buena presencia la piedra angular para dar paso a la reputación, credibilidad, carácter y personalidad. Esto hace que veamos a los políticos y candidatos manejar con mayor rigor su perfil, el de su familia y la de sus allegados. Los líderes actuales invierten para verse bien y mejorar su aspecto personal, ya que la personalidad no es lo primero que las personas ven.
A los votantes nos gusta pensar que elegimos a un candidato por sus ideas políticas, su propuesta de gobierno, su capacidad de gobernar y su trayectoria y la del partido que representa. Sin embargo, es la imagen que este proyecte, es tan importante como su mensaje político.
Pero al igual que un producto, la imagen representa el “empaque”, debe haber una simetría entre la apariencia y los gestos del político para que refleje correctamente sus opiniones y su manera de ser. Debe existir una consonancia en lo que se proyecta con los valores del candidato. No se puede engañar al electorado con poses artificiales y campañas publicitarias manipulantes. El packaging debe ser atractivo, pero el producto al fin y al cabo debe ser bueno. Debe haber una correlación entre lo que se dice y se hace.
Al final, se analiza la apariencia física, su personalidad, su entorno familiar, sus hábitos sociales, manera de expresarse, actuaciones y posiciones frente a ciertos temas, para detectar cuáles son los puntos positivos y fortalezas a potenciar y proyectar para darle paso al “making” que es literalmente la fabricación de una nueva imagen o marca.
La imagen no permanece estable ni estática, la misma esta sujeta a factores externos y coyunturas políticas. Lo importante es que el candidato tenga la habilidad al final de ajustarla para acomodarla a las nuevas situaciones que le permitan ganarse el favor de los ciudadanos.
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