Este es el país de los absurdos. Cada día del año le amanece con un can de evasión que implica a gobernantes y gobernados. Es la mejor muestra de la gran capacidad dominicana de tapar el sol con un dedo, aunque se esté explotando el planeta. Ahora, la Semana Mayor.
La masa va en tropel hacia los balnearios de todo el país. En mayoría, a beber hasta noquear sus cerebros. A comer hasta estallar las tripas. A ponerse a expensa de las olas marinas y de las corrientes de ríos peligrosos. A gastar sin poder. A vivir la vida. Y quién sabe si a morir la muerte de ellos… y de otros.
Es la misma caterva que a diario se queja, y con razón, de la crisis grosera que nos empobrece por segundo. De los apagones despiadados. De los gasolinazos. De los precios altísimos en la comida y en otros insumos básicos para vivir con dignidad. De los funcionarios prepotentes y retaliadores que tienen al Gobierno como feudos familiares y viven como príncipes, creyendo que nadie les ve porque los periodistas que han comprado los ensalzan y callan sus tachas.
La mayoría sale este jueves. Los organismos de auxilio y la Policía ya anuncian, como siempre, que 35 mil de sus hombres van a las calles a proteger vidas y bienes (muy bien se verían todo el año en las calles, evitando asaltos y muertos de ciudadanos y ciudadanas). La Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) casi seguro que los guiará al regreso, el domingo, en su tradicional carreteo, y no se asombren si éste es comandado por su jefe Sanz Jiminián.
Ya han comenzado a contar muertos; más temprano que otras veces. Cuentan hasta los que se mueren de hambre, de “maldeamor” y “pujamiento de celos” y de rabia, que son muchos. En realidad, sin ese aderezo morboso no hay Semana Santa.
Las muertes por accidentes de tránsito constituyen aquí un grave problema de salud pública. Sobre todo en estos días cuando la gente se aloca. Ese es un dolor de cabeza para las familias dominicanas, y sin embargo hacen poco para evitarlos. No duele tanto a las autoridades, aunque son las principales responsables al no cumplir con sus deberes.
Les cuento por qué:
Parece que las autoridades esperan que en el túnel de Las Américas ocurra una gran tragedia y que ella desate una agresiva presión mediática para resolver: la tiniebla eterna en sus entrañas, el fuerte olor a monóxido de carbono, los excesos de velocidad y los rebases de los malvados del volante.
Parece que los de Obras Públicas esperan otra campañita para retomar la reparación del puente Bosch, abandonada irresponsablemente tan pronto el tema fue sacado de los medios.
Parece que esperan que muera alguien muy importante en la carretera Duarte para terminar la eterna y carísima reconstrucción, y así retirar el montón de equipos que obstaculiza el tráfico en cualquier tramo. Una reconstrucción que, por lo que se ve, tiene que ser evaluada para rendir cuentas, y pronto, en tanto apenas tapan un hueco, vuelve a abrirse.
El Gobierno ha hecho muy bien con la construcción de elevados, túneles y pasos peatonales. Ayudan mucho al desenvolvimiento del tránsito. Nadie en su sano juicio se atreve a negarlo.
Pero qué sentido invertir tanto dinero en estas obras si las van abandonado tan pronto las inauguran, y los organismos de control de tránsito no obligan a conductores, chóferes y peatones a cumplir con sus deberes.
Vea usted el basural que son la isleta central y los laterales de la Kennedy y la Duarte hasta el 28. Parecen finquitas descuidadas. Vea los peatonales: guaridas de locos y delincuentes.
Ahora, recorra la Duarte, la Sánchez o la del Este durante todo el año. No verá ni siquiera a un gato vigilando. Las señales son casi nulas. Las barreras de seguridad están desvencijadas, si no se las han robado para venderlas a empresas metaleras que viven de exportar hierro y cobre. Las velocidades de carros, yipetas, camiones, tanqueros y patanas son indescriptibles.
En cuanto a los cruces peatonales, a ratos pienso que son innecesarios. El caminante no los usa. Prefiere desafiar a los vehículos por no ejercitar las canillas durante un par de minutos. Las esquinas y las entradas de los elevados son pandemonios. Todo el mundo se agolpa allí. Los chóferes del transporte de pasajeros, los dueños de las rutas, irrespetan todas las normas ante la indiferencia de la autoridad.
La autoridad ha creado a conductores y peatones inhumanos, adictos al desorden, potenciales homicidas.
Pedirle ahora a los choferes y conductores que reduzcan la velocidad, que chequeen sus medios de transporte, que respeten la vida, que no tomen mientras conducen, que no usen armas de fuego, que sean decentes, y pedirle a los peatones que cumplan las normas establecidas para ellos porque eso preserva sus vidas, es como reclamarle de repente a un adicto que no consuma drogas como cocaína, marihuana y alcohol si aprendió a usarlas de pequeño.
Hábitos perniciosos fueron incrustados en los cerebros de mucha gente en este país. Y eso no se resuelve con demagogia, ni con rutinitas, ni con operativos… Mucho menos con lamentos.
Así de sencillo. Amén.
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