Si los tropiezos hacen levantar los pies, República Dominicana ha padecido los suficientes, como para jamás retroceder y focalizarse en los desafíos del presente.
La falta de fe y el pesimismo sepultaron la primera República y borraron una lección que había quedado claramente fijada en la primera proclama independentista, la de la llamada Independencia Efímera de Núñez de Cáceres: ni siquiera los dominicanos de origen español soportaban el tutelaje de España.
Contrario a los que mucha gente intuye, esa proclama no se efectuó frente a Haití que aun no había llegado por segunda ocasión a establecer su dominio sobre toda la isla, sino frente a la madre patria.
“No más dependencia, no más humillación, no más sometimiento y veleidad del Gabinete de Madrid. En estas breves y compendiosas cláusulas está cifrada la firme resolución que jura, y proclama en este día el pueblo dominicano. Rompió ya para siempre los gastados eslabones que lo encadenaban al pesado y oprobioso carromato de la antigua Metrópoli…”, así reza el encabezado de la declaración de independencia de 1821.
Sin embargo, cuarenta años después escribíamos un manifiesto que expresaba lo contrario, ese es el de la proclama de la anexión a España, suscrito por Pedro Santana:
“¡Dominicanos! No hace muchos años que os recordó mi voz, siempre leal y siempre consecuente, y al presentaros la reforma de nuestra Constitución Política, nuestras glorias nacionales, heredadas de la grande y noble estirpe a que debemos nuestro origen.
“Al hacer entonces tan viva manifestación de mis sentimientos, creía interpretar fielmente los vuestros, y no me engañé, estaba marcada para siempre mi conducta, más la vuestra ha sobrepujado a mis esperanzas.
“Numerosas y espontáneas manifestaciones populares han llegado a mis manos; y si ayer me habéis investido de facultades extraordinarias, hoy vosotros mismos anheláis que sea una verdad lo que vuestra lealtad siempre deseo.
“Religión, idioma, creencias y costumbres todo aún conservamos con pureza, no sin que haya faltado quien tratara de arrancarnos dones tan preciosos; y la nación que tanto nos legara es la misma que hoy nos abre sus brazos cual amorosa madre que recobra su hijo perdido en el naufragio en que ve perecer a sus hermanos”.
¿Cómo presenta Santana la acción de Núñez de Cáceres? De la manera más infamante:
“¡Dominicanos! Sólo la ambición y el resentimiento de un hombre nos separó de la madre patria; días después el haitiano dominó nuestro territorio; de él los arrojó nuestro valor…”
A dos años de esa ignominia se demostró que Núñez de Cáceres, que no está por debajo de ningún otro patriota dominicano, tenía la razón, cuando se produce el acta de proclamación de la Restauración:
“Nosotros los habitantes de la parte española de la Isla de Santo Domingo, manifestamos por medio de la presente Acta de Independencia, ante Dios, al mundo entero y al trono de España, los justos y legales motivos que nos han obligado a tomar las armas para restaurar la República Dominicana y reconquistar nuestra libertad, el primero, el más precioso de los derechos con que el hombre fue favorecido por el Supremo Hacedor del Universo, justificando así nuestra conducta arreglada y nuestro imprescindible…
Gracias a todos los aquí y en New Jersey han llenado los salones en los que con Euri Cabral hemos presentado nuestras respectivas charlas “Danilo lo mejor para todos” y “Danilo en la Perspectiva Histórica Dominicana’’.