REDACCIÓN INTERNACIONAL.- A miles de kilómetros de Nueva York, Afganistán se convirtió en víctima colateral de los atentados del 11-S, cuando George W. Bush lanzó una operación para derrocar al régimen de los talibanes, pero esos mismos talibanes han regresado veinte años después al poder convirtiendo la operación militar estadounidense en uno de los mayores fiascos de la historia contemporánea.
En las dos décadas transcurridas desde el 11S, el gobierno estadounidense ha gastado 2,3 billones de dólares en Afganistán, según el estudio «Proyecto Costes de Guerra» de la Universidad de Brown. Una guerra que terminó en una salida apresurada de sus tropas del país y en la que dejaron gran cantidad de armamento y pertrechos en manos de los talibanes.
Pero el balance militar no es el único a considerar después de veinte años de presencia extranjera en el país, pues el Afganistán que hoy encuentran los talibanes es radicalmente diferente de aquel país del que fueron expulsados manu militari en 2001 por la operación estadounidense.
EL KABUL QUE ENCONTRARON LOS SOLDADOS DE BUSH
Cuando las tropas estadounidenses entraron en Afganistán, solo meses después del 11S, no era ningún secreto que la búsqueda de Osama bin Laden y el castigo a Al Qaeda era el objetivo principal de aquella operación bautizada de forma rimbombante como «Libertad Duradera».
Los periodistas que en 2001 llegaron a Kabul creyeron que las mujeres iban a liberarse del burka en cuanto los talibanes salieron del poder, pero la primera manifestación promovida por una feminista afgana consistió en que apenas cincuenta mujeres se descubrieron juntas la cara y luego regresaron a sus labores.
Reinaba entonces en la capital afgana una enorme desconfianza y sobre todo el miedo que traen las intervenciones militares extranjeras. Reconstruir un país que vivía aislado de la comunidad internacional iba a ser una tarea muy larga, y no solo en lo material, pues los talibanes habían impuesto en la sociedad todo un código moral muy conservador, el pashtunwali.
Basado en las costumbres de la etnia pastún, su interpretación más radical les llevó a prohibir la educación femenina y excluir a las mujeres de la fuerza laboral salvo escasas excepciones (doctoras para atender a mujeres).
Pero además era llamativa la ausencia de infraestructuras: no había casi carreteras asfaltadas en un país eminentemente rural, ni teléfonos móviles, ni iluminación en las ciudades, y había numerosos barrios con calles enteras llenas de cicatrices de los bombardeos caídos durante varias décadas de guerras encadenadas.
BANCOS, TELÉFONOS Y FUNCIONARIAS
Veinte años más tarde, los talibanes ya no van a gobernar una sociedad aislada del mundo. Hay veinte millones de líneas de telefonía móvil, miles de kilómetros de carreteras, cientos de hospitales públicos y privados, postas médicas por todo el país y escuelas a las que asisten por igual niños y niñas (nueve millones de alumnos en la enseñanza primaria).
Un treinta por ciento del funcionariado civil está compuesto por mujeres, algunas de las cuales ya han salido a manifestarse para exigir su derecho a mantener sus trabajos. Por el momento, los talibanes están reaccionando con desconcierto y cierta moderación a estas reclamaciones femeninas.
Bien es cierto que el presupuesto del país depende en un porcentaje de hasta el 65% de la financiación extranjera, a la que se debe la creación de infraestructuras, de servicios básicos y hasta de la policía y las fuerzas armadas en el país.
Los veinte años transcurridos han visto además florecer las entidades bancarias por doquier, que han permitido a los afganos tener a buen recaudo sus ahorros que antes de 2001 guardaban bajo la almohada, pero la caída del régimen de Ghani ha provocado una estampida de ciudadanos a los cajeros para sacar todos sus ahorros, en un escenario catastrófico.
El país, que ya tiene una tasa de pobreza del 72%, podría ver este porcentaje crecer hasta el 97% en un horizonte de solo seis meses, según advierte el Programa de Desarrollo de la ONU (PNUD) para Asia y el Pacífico.
Aunque el PNUD lo plantea como «el escenario más pesimista», hay varios factores que lo hacen probable: una prolongada sequía, la pandemia, la interrupción de la ayuda extranjera y la presión sobre el sector bancario, advierte el informe.
La tarea que tienen por delante los talibanes no es sencilla, como señala a Efe desde Kabul Timor Khan, quien hasta hace poco dirigía una empresa de capacitación de funcionarios.
«Gestionar la guerra durante los pasados veinte años ha sido fácil para los talibanes, pero la prueba de verdad empieza ahora, cuando tienen que gestionar un sistema entero. Formar a un combatiente para la guerra sólo lleva meses, pero capacitar a un profesional en finanzas, educación o salud lleva años».