«La ilegalidad es un delito y los delitos se reprimen y castigan, pero resulta que emigrar a otro país por razones de sobrevivencia jamás puede ser considerado como un delito.»
La migración enfocada desde la supremacía blanca, con fuertes componentes de racismo y xenofobia; tildada de “carga” por las elites de los países receptores, de invasión y delito que amenaza la seguridad nacional y hasta regional, sirve al resurgimiento en grande del fascismo a nivel planetario.
La verdad es que ningún ser humano es superior por el color de su piel.
Que migrar no equivale a invadir y no puede ser considerado delito.
Que ningún ser humano es ilegal porque las penurias los obliguen a salir de su país hacia otro.
Que es atroz equiparar la migración económica, súper explotada en los países receptores, como una amenaza a la seguridad del más fuerte.
Que en todos o en casi todos los casos los/as emigrantes generan mucho más riquezas al país receptor (generalmente con mayor desarrollo de sus fuerzas productivas y de su ingreso nacional), que lo que ellos reciben en salarios, ingresos diversos y servicios públicos.
Más aun, dentro de la perversa dinámica capitalista de producir riquezas empobreciendo, los/as migrantes se ubican entre las personas más empobrecidas, residentes en las aéreas más vulnerables del país receptor; aunque le pueda ir algo mejor en el “exterior” que en su empobrecido país de origen.
En verdad el producto del trabajo colectivo de esa fuerza laboral “extranjera”, la riqueza que genera, es cuantiosa, porque la mayoría de sus componentes -y sobre todo los/as indocumentados/as- son sometidos/as a condiciones de sobre-explotación (trabajos duros y agobiantes, empleos informales, jornadas largas, bajísimo salarios, negación de derechos laborales, cero prestaciones, violación de las normas de cesantías y pensiones, inseguridad social y pésimas condiciones de vida).
En muchos casos la discriminación racial y la condición de “extranjeros/as” pobres y no blancos, despreciados/as por la cultura dominante, agravan los malos tratos y engordan los bolsillos de las elites capitalistas y de los jefes de la partidocracia.
Esto es así porque las riquezas que producen no va a parar ni a sus bolsillos ni a los del pueblo trabajador del país receptor, sino fundamentalmente a los sectores poderosos y medios que los sobre-explotan y hasta semi-esclavizan.
Incluso el tráfico de migrantes se convierte en un gran negocio de militares, políticos y empresarios diversos
LA AMALGAMA DE TRÁFICO HUMANO, RACISMO Y XENOFOBIA ENGENDRA OPRESIÓN y DESPRECIO AL CUBO, ALLÁ EN EL NORTE Y AQUÍ EN EL CARIBE
Esa construcción socio-cultural es a todas luces planetaria y.se expresa de manera dramática en las relaciones dominico-haitiana donde la custodia y administración de la frontera terrestre se ha convertido en un negociazo con variadas facetas, y donde el racismo y la xenofobia refuerzan la opresión de una población migrante negra y extremadamente empobrecida.
Los nacionales de Haití cruzan la frontera agobiados por el empobrecimiento a consecuencia del coloniaje de las potencias imperialistas y de la explotación de despiadada clase dominante-gobernante de ese país vecino, son a su vez víctimas de autoridades y empresarios corruptos beneficiarias del tráfico en ambos países, separados por una porosa frontera terrestre.
Los opresores dominicanos de los migrantes haitianos/as son a su vez protegidos por los mismos que orquestan por abajo las campañas de odio que responsabiliza de muchos de nuestros males (en el campo de la salud, la educación, la alimentación y los temas ambientales), y los sindica como seres inferiores y desechables. Los discriminan y los presentan como invasores indeseables.
Gobernantes y magnates, intelectuales y comunicadores a su servicio, políticos ladrones y jefes militares inescrupulosos –muchos de ellos esgrimiendo una xenofobia y un racismo medular de corte nazi-fascista- presentan al país vecino y a su pueblo merecedor de respeto como un “gran peligro” para nuestra Nación y como factor determinante de múltiples penurias derivadas del lumpen capitalismo imperante.
Presentan así a quienes desde Haití emigran por razones de sobrevivencia -obviando su similitud con el flujo migratorio de nuestro pueblo hacia “los países desarrollados”- como una “carga” indeseable y como despreciables “invasores ilegales”; a pesar que no son carga, no son invasores y no son ilegales.
EL CALIFICATIVO DE “ILEGALES” ES UN INSTRUMENTO CRIMINALIZADOR
La ilegalidad es un delito y los delitos se reprimen y castigan, pero resulta que emigrar a otro país por razones de sobrevivencia jamás puede ser considerado como un delito.
Es realmente un drama social motivado por la negación del derecho a la vida y a la dignidad humana.
Es un fenómeno con carácter de tragedia.
Porque no es verdad que grandes contingentes humanos abandonan su patria, su familia, su entorno…por maldad. Lo hacen para sobrevivir, auto-protegerse y tratar de superar una vida de calamidades.
Calificarlos de “ilegales” conduce a criminalizar la migración, a hacerle la guerra, a militarizar el problema, a considerarlo asunto de seguridad nacional, asignado a las Fuerzas Armadas.
Eso es lo que está pasando, potenciado ahora por el caos creado en Haití por las potencias que integran el Imperialismo Occidental.
Calificarlo de “ilegales” para perseguirlos conduce necesariamente a criminalizar un tema que requiere ser tratado de otra manera, respetando siempre la dignidad humana y los derechos esenciales de ambos pueblos.
La miseria no se combate ni apresándola ni matándola, sino erradicando sus causas.
Esa modalidad represiva e inhumana de abordar los flujos migratorios es propia de Estados y poderes opresores, y en la actualidad mundial el imperialismo estadounidense la está llevando a niveles paranoicos y aberrantes; considerándola “delito mayor” junto al terrorismo y al tráfico de armas, drogas y bandas gansteriles, e incluyéndola en la agenda de sus nefastos programas de “seguridad nacional y regional” y de “combate a la delincuencia o al crimen organizado” a escala internacional.
En este tema EEUU trata a nuestra República Dominicana con una cierta singularidad que tiende a confundir: frente al problema migratorio en nuestra isla, sus autoridades políticas y militares hipócritamente se presentan como defensores de los derechos de la migración haitiana y de los dominico-haitianos/as, por tratarse de un fenómeno fuera de su territorio que le permite simular sin pagar costo y ganando “prestigio”.
Pero sus voceros no dicen eso ni actúan similarmente respecto a la migración haitiana, dominicana, colombiana mexicana, salvadoreña, árabe-islamita… que intenta entrar o está establecida en el territorio de esa súper-potencia.
Porque la verdad es que en el pasado y en la actualidad ese poder imperial genera las causas de los grandes flujos migratorios, incluido el empobreciendo de estos y otros países; al tiempo que discrimina a los/as emigrantes de los países dependientes, los sobre-explota, acosa, persigue y reprime en su territorio y en la ruta hacia él; llegando al extremo de considerar esas migraciones como blanco de ataque de una guerra global supuestamente destinada a preservar su seguridad.
Esa manera de ver las migraciones al revés, a tales extremos, solo puede generar y reproducir neofascismo al vapor.