En navidad hay mezcla de sentimientos. Conciente o inconcientemente, predominan los cristianos, de amor a Dios, de imitar a su hijo, Jesús. De solo mencionar la navidad, siento un sustito íntimo, un dejo de tristeza. Hay una tendencia a la melancolía; a esa nostalgia vaga y profunda; a esa añoranza incontrolable por alguien muy querido y ausente.
La navidad nos señala el espíritu. Empuja a llevar el mensaje divino a nuestro interior, a acercarnos a Dios. Fluyen los recuerdos religiosos: el nacimiento de Jesús en un pesebre y su amor por la humanidad, los Reyes Magos llevando regalos. Es un querer estar con la familia, un revivir sentimientos profundos y callados, los que de una u otra forma marcaron nuestras vidas.
Indiscutiblemente, la navidad invita a la reflexión profunda, a un encuentro íntimo con el YO interior. La brisa fresca, la lluvia fina, el cantar de las aves, la caída silenciosa de la nieve, empujan suavemente a recogernos para escuchar la campanita interior. Invita a barrer del alma, sentimientos feos y odiosos y llenarla de amor, perdón, comprensión, humildad, generosidad y alegría; invita a imitar a Jesús.
El dejo de melancolía que anuncia su llegada, es un llevar al individuo a encontrarse ¡consigo mismo!, con su núcleo de afectos, con sus raíces, para que evalué su vida, su conciencia, sacuda el espíritu y establezca una real conexión con sus seres queridos, con el Creador.
La navidad lleva al diálogo íntimo con Dios y cambiar de rumbo, cuando se hace daño al prójimo. A ese encuentro muchos le temen. Prefieren la bulla, la música alta, arroparse con lo material, ahogarse en bebidas, evadir, ocultarse. Se pierden con los mensajes comerciales y propaganda políticas; se concentran en lo material y marginan el alma. Hacen una cena esplendida, pero olvidan los sentimientos de los comensales y a los que no tienen comida; llenan de obsequios materiales a familiares y amigos, pero no se detienen en el sentir de su corazón, a veces bañado de tristeza. Creen que basta con dar limosna o una canastita.
A muchos, la música alta y los bailes les impiden apreciar el cantar de las aves y la espléndida naturaleza; las luces y fuegos artificiales, les hacen perder de vista el bello espectáculo del cielo estrellado, el significativo silencio de la noche o la caída suave de la nieve. Todo este aparatoso accionar del hombre, tiende a desviar del verdadero espíritu de la navidad, como si temiera al encuentro consigo mismo. La temporada navideña invita a pensar en los demás y buscar el alma de las cosas. Festejemos, buscando el espíritu de la gente, su sentir, llevando paz y amor por doquier.
.
Seria hermoso que los padres de familia aprovechemos la navidad para dialogar con los hijos sobre sus anhelos, sentimientos, para enseñarles formas de llevar alivio a los demás. No dejemos que las propagandas invitando al consumismo, la competencia por lo material, aplasten los mensajes divinos, de humildad, honestidad y amor al prójimo. Ellos son clave para sentir tranquilidad, para cooperar con la justicia social, con la paz.
Recibe las últimas noticias en tu casilla de email