REDACCIÓN.- Cuando la joven señora Brown, vestida de riguroso luto, abrió la puerta de su casa en Scotswood, uno de los suburbios pobres de la ciudad inglesa de Newcastle, se topó con una niña de rostro angelical. La cara le resultó conocida, era una vecinita a la que solía ver jugando en la calle.
La señora Brown empalideció. Martin era su hijo de cuatro años y lo habían encontrado muerto -estrangulado- tres días antes en una casa abandonada a pocas cuadras de ahí. Todo el barrio lo sabía y la policía estaba buscando al asesino.
-¿No sabés que Martin está muerto? – le respondió apenas pudo articular palabra la señora Brown a la nena.
La nena no se sorprendió en absoluto.
-Ya sé que está muerto. Lo quería ver en su ataúd – contestó.
Si se hubiese tratado de una adulta -diría después la atribulada señora Brown- la habría insultado y, de inmediato, avisado a la policía, pero era apenas una nena. Pensó que lo que estaba ocurriendo podía ser una broma cruel de los chicos del barrio o, quizás, resultado de una curiosidad infantil que no había reparado en el dolor que podía causar.
Eso lo pensó después, porque en ese momento, al escuchar la respuesta de la nena, solo atinó a cerrar la puerta.
La señora Brown no imaginó ni por un instante que Mary Bell, la nena de 11 años que había llamado a su puerta, era la asesina de su adorado Martin.
Martin, desaparecido y muerto
Martin Brown, de apenas cuatro años, había desaparecido la tarde del viernes 24 de mayo de 1968. La señora Brown lo buscó primero por todos los rincones de la casa y, después, ya desesperada, salió a la calle llamándolo a los gritos.
Los vecinos se sumaron enseguida a la búsqueda y uno de ellos, quizás con la cabeza un poco más fría, volvió a su casa y llamó por teléfono a la policía. Con el paso de las horas, la desesperación fue en aumento.
Nadie había visto a Martin y la policía local empezó a trabajar con la hipótesis de un perverso que lo había subido a un auto para llevárselo lejos del lugar. Mientras tanto, los vecinos seguían recorriendo la zona con la esperanza de encontrarlo sano y salvo.
Lo hallaron al día siguiente dentro de una casa abandonada, muerto. Estaba tirado sobre el piso, con restos de sangre y restos de lágrimas o de saliva que le surcaban el rostro. También había un frasco de analgésicos cerca de una de sus manos.
Se pensó que el chico se había caído y muerto a causa de un golpe en la cabeza. Recién en la autopsia se supo la verdad: tenía un golpe fuerte en la cabeza, como se veía a simple vista, pero no había muerto por eso, sino que lo habían estrangulado.
Se trataba sin dudas de un asesinato, pero la policía ni siquiera tenía una pista para identificar y capturar al o los asesinos. Nadie había visto ni escuchado nada.
Repuesta del dolor que le había causado, la señora Brown tampoco pensó en informar sobre la insólita aparición de la nena preguntona en la puerta de su casa tres días después del hallazgo del cadáver de Martin.
Brian, estrangulado
El horror por la muerte de Martin Brown todavía no se había disipado en Scotswood cuando el 31 de julio apareció el cadáver de otro niño en un descampado lleno de escombros. Brian Howe, de apenas tres años, había desaparecido unas horas antes. Varios vecinos y su propia madre lo habían visto jugando en el jardín delantero de su casa, de donde se había esfumado sin dejar rastros.
Lo encontraron unos jóvenes que participaban de la búsqueda, semioculto por unos escombros en el descampado. Estaba bocarriba y en su vientre desnudo el asesino había marcado torpemente con un objeto cortante una letra “M”.
La autopsia reveló que, igual que a Martin, lo habían estrangulado.
Interrogados por la policía, los chicos que encontraron el cuerpo de Brian porque la hermana del nene desaparecido, apenas mayor que él, les había dicho que buscaran ahí.
La nena tenía cinco años y cuando le preguntaron porqué había señalado ese lugar respondió que Mary Bell le dijo que les dijera. Le preguntaron entonces a Mary, que dijo que no había dicho nada.
Era la primera vez que la policía escuchaba el nombre de Mary Bell, porque la señora Brown jamás la había nombrado.
Mary tenía 11 años y parecía aún más chica, la hermanita de Brian había cumplido cinco hacía poco. La policía pensó que era imaginaciones de dos nenas y se olvidó de ellas.
Hasta que unos días después, el inspector de la policía local James Dobson reparó en una extraña conducta de Mary.
Burlas en un entierro
El inspector Dobson volvió a ver a Mary -la nena a la que había interrogado sobre la indicación del descampado- el día del velorio del pequeño Brian.
La vio, acompañada por otra chica de su edad, frente a la casa de los Howe donde familiares y vecinos estaban velando los restos del nene asesinado. Le llamó la atención la actitud de las dos chicas: cuchicheaban entre ellas, se reían y se burlaban de las personas que llegaban a la casa para dar el sentido pésame.
Dobson intuyó que ahí había algo más que una falta de respeto infantil y decidió llevarlas a la comisaría para interrogarlas.
“Mary Bell estaba de pie frente a la casa de los Howe cuando sacaron el ataúd. Yo estaba, por supuesto, observándola. Y fue cuando la vi allí que supe que no me atrevía a arriesgarme un día más. Estaba allí, riendo. Riendo y frotándose las manos. Pensé: ‘Dios mío, tengo que arrestarla’”, contó Dobson después.
En la comisaría, las separó en dos celdas y escuchó cómo, de pronto, se empezaron a insultar entre ellas a los gritos.
La otra chica, de 13 años, se llamaba Norma Bell y, aunque llevaba el mismo apellido, no tenía parentesco con Mary. Solo eran amigos, le dijo a Dobson cuando el inspector le preguntó, y acto seguido confesó.
Le contó que vieron a Brian jugando en la calle y lo convencieron para que fuera con ellas a jugar al descampado y que allí Mary le tapó la nariz con sus dedos y después lo estranguló. Trató de echarle todo el fardo a Mary, asegurando que ella sólo había mirado.
Mary fue mucho más dura y fría que Norma frente al interrogatorio. Al principio negó todo, pero se enredó al decir que Brian tenía el vientre marcado con una letra hecha con una tijera, un dato que la policía no había revelado.
Puesta frente a la evidencia, confesó: “Le apreté el pescuezo y me arrodillé sobre sus pulmones, así es como lo maté”, le dijo a Dobson.
-¿Por qué lo hiciste? – le preguntó el detective.
-Por el placer y la emoción de matar- respondió.
“La niña psicópata”
El frío y despiadado accionar de una nena de apenas 11 años causó conmoción, a la vez que llevó sus crímenes a las portadas de los medios británicos, donde se la comenzó a llamar “La niña psicópata”.
La historia de Bell fue investigada y contada a fondo. Nacida en Newcastle el 26 de mayo de 1957, era hija de una trabajadora sexual de 17 años que la dejaba prácticamente abandonada dada vez que debía viajar “por trabajo” a Glasgow.
Nunca conoció a su verdadero padre, aunque durante sus primeros años creyó que un criminal llamado Billy Bell, que cumplía cárcel por robo a mano armada, era su progenitor.
Era objeto permanente de maltratos de su madre y, según relató después, desde los cuatro años fue abusada sexualmente por hombres a los que la ofrecía.
Quienes la conocían, relataron episodios de su vida que prefiguraron los crímenes que finalmente cometió.
A los dos años, la expulsaron de la guardería porque intentó ahorcar a un compañerito.
A principios de 1968, esta vez junto con su amiga Norma Bell, intentaron ahogar a una pequeña vecinita llamada Pauline, a la que le metieron puñados de arena dentro de la boca.
Y en mayo de ese año -es decir, el mismo mes en que asesinó a Martin Brown- intentó matar a un primito de tres años tirándolo desde una ventana de la planta baja de su casa. El chico sufrió varias fracturas que le impidieron caminar durante meses.
La historia de “la niña psicópata” fue reflejada como una larga cadena de intentos de asesinato, como si fueran ensayos hasta llegar a perpetrar las muertes de Martin Brown y Brian Howe.
El 17 de diciembre de 1968, Mary Bell fue sentenciada a la pena llamada ‘at Her Majesty’s Pleasure’, que consiste en una condena indefinida en un reformatorio. El fallo se basó en los informes psiquiátricos que reflejaron síntomas de psicopatía.
El juez señaló entonces que era peligrosa, y que había “un riesgo muy grave para otros niños si no se la vigilaba de cerca. Tengo poder para ordenar una pena de prisión y me parece que ningún otro método para tratar con ella en las circunstancias es adecuado”, añadió el magistrado.
Durante el juicio, la propia Mary Bell había declarado que le gustaba “herir a los seres vivos, animales y personas que son mucho más débiles que yo, a los que no se pueden defender”.
Su cómplice Norma, en cambio, fue absuelta, pero también internada en un psiquiátrico del que nunca saldría.
“La niña psicópata” fue internada en una escuela reformatorio en Lancashire. Luego pasó por otros centros similares.
El mundo se había olvidado de ella en 1977, cuando con 20 años volvió a salir en las tapas de los diarios por escaparse con otra chica de la prisión de baja seguridad de Moor Court para pasar la noche con dos jóvenes.
Fue liberada en 1980 debido a informes psiquiátricos favorables que señalaban que ya no significaba un peligro para la sociedad.
Perseguida por su pasado
Antes de salir en libertad, Mary conoció a un hombre casado, entabló una relación y quedó embarazada. Se enfrentó entonces a un dilema: tener o no tener el bebé. No quería tener un hijo de una relación sin futuro, pero a la vez, para ella, eso significaba volver a matar. “Lo primero que haría, luego de doce años en prisión por matar a dos bebés, era matar al mío propio”, contaría después. Finalmente decidió abortar.
Al salir, tuvo varios trabajos -incluso en un comedor infantil-, formó otra pareja que tampoco duraría y volvió a quedar embarazada. Por una increíble casualidad, su hija nació el 25 de mayo de 1984, exactamente 16 años después del día en que cometió su primer asesinato.
A su hija, a la que llamó Mary, decidió ocultarle su pasado, pero comprobó muy pronto que, a medida que la niña creciera, eso iba a ser muy difícil. Cada vez que descubrían quién era, debía irse porque sus vecinos y los medios le hacían la vida imposible.
En una ocasión, incluso, al saber quién era los padres del colegio al que iba su hija exigieron que la echaran. Para entonces estaba nuevamente en pareja y, con su marido y la niña, se fueron a vivir a un pequeño pueblo, donde tampoco demoraron en descubrirla.
Corría 1993 y los medios británicos estaban dando una enorme cobertura al asesinato de James Bulger, un niño de dos años asesinado por dos chicos de apenas diez. El nombre de Mary y la truculenta historia de sus crímenes volvieron a ser noticia, relatados como un antecedente que no se podía olvidar.
Volvió a esconderse del mundo, pero la vida se le hacía imposible. Ni siquiera podía trabajar.
Un libro, el escándalo y el anonimato
Su nombre -aunque no ella- volvió a salir a la luz en 1998, a raíz de la publicación de un libro en colaboración con la periodista y escritora Gitta Sereny, Llantos ignorados. La historia de Mary Bell.
Lo hizo para reivindicarse contando los maltratos y abusos sexuales que había sufrido por parte de su madre, a los que señalaba como causantes del trastorno de personalidad que la había llevado a cometer sus crímenes.
Pero también lo hizo por dinero: por contar su vida y sus crímenes, “la niña psicópata” cobró un adelanto de 50.000 libras esterlinas (cerca de 200.000 dólares de la época).
Al conocerse el monto del contrato que había firmado por contar su historia se desató un nuevo escándalo. Los familiares de las víctimas la acusaron de lucrar con el dolor que les había causado y llegaron con sus quejas hasta el primer ministro británico, Tony Blair, que trató -sin lograrlo- de evitar la publicación.
Perseguida por los medios, Mary Bell reclamó a la justicia que se le permitiera cambiar su nombre y también el de su hija, que ya tenía 19 años y le había dado una nieta. Lo logró en mayo de 2003 y la noticia, publicada por The Guardian, desató la ira de los familiares de los dos chicos a los que había matado.
“Espero que cuando mire a su nieto recuerde a los dos pequeños que asesinó. Nunca la perdonaré”, dijo June Brown, la madre de Martin.
“Todo el mundo habla sobre ella y ella debe ser protegida… Como víctimas no tuvimos los mismos derechos que los asesinos”, se quejó Eileen Howe, la madre de Brian.
Desde entonces, Mary Bell vive con identidad protegida en algún lugar de Gran Bretaña. Se desconoce cuál es su nombre, aunque se sabe que vive con su actual pareja, su hija y su nieta.