Tras leer las declaraciones del Ministro de Economía, Miguel Ceara Hatton, respecto a la necesidad de que la sociedad civil luche por un país “de derecho y derechos”, las que comparto plenamente, recordé la advertencia de Alexis de Tocqueville en 1848 a la oposición al rey Luis Felipe I de Francia: si “tienen éxito en iniciar una agitación popular, ustedes no tienen más idea que yo sobre dónde los conducirá”.
El resultado de esa agitación es harto conocido: la insurrección popular por el sufragio universal y contra la aristocracia financiera terminaría en la proclamación como emperador de Luis Napoleón Bonaparte. Ello no escapó a la crítica mordaz de Karl Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraído a una época fenecida”. Con razón Marx comienza su ensayo afirmando que “la historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa».
La dominicana, sin embargo, es una situación muy lejos de revolucionaria. Y, si estuviésemos cerca, significa que, como sociedad, avanzamos. Es la llamada paradoja de Tocqueville, plasmada en El Antiguo Régimen y la revolución: “Suele ocurrir que un pueblo que había soportado, sin quejarse y como si nos las sintiera, las leyes más opresoras, las rechace con violencia cuando se aligera su peso. El régimen destruido por una revolución es casi siempre mejor que el que le había precedido inmediatamente, y la experiencia enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno suele ser aquel en que empieza a reformarse”. Y también antes esbozada en La democracia en América: “El odio que los hombres sienten por los privilegios aumenta a medida que los privilegios se hacen más raros y menores de tal suerte que se diría que las pasiones democráticas se inflaman más cuando encuentran menos alimento (…) el amor a la igualdad crece sin cesar con la igualdad misma; al satisfacerlo se la desarrolla”.
Esta paradoja explica que Chile, el más próspero país latinoamericano, tuviese las grandes protestas de 2019. En la República Dominicana, la extraordinaria movilización por el 4% de presupuesto para educación se debió a una dinámica clase media, cada día más numerosa, que no envía sus hijos a las escuelas públicas. Una prueba más de que, contrario al cliché marxista, que postula que la media es una clase al borde de un ataque de nervios, pues teme su inminente proletarización, ella es impulsora de los cambios y no se moviliza solo por sus intereses instrumentales, aunque el anticipo del 30% de las pensiones no es un reclamo proletario, sino más bien de la “[pequeña] burguesía asalariada” (Negri/Hardt), deseosa de consumir conspicuamente (Thorstein Veblen) sus cuantiosos ahorros en el sistema previsional dominicano, y de una fracción de la cúpula empresarial que no quiere ver aumentada su cotización al sistema.
Para Francisco J. Larios, “da escalofríos, pero alecciona sobre el ADN del poder: fue el propio Luis XVI quien, sumida Francia en agitación y crisis, convocó a este ‘diálogo’, conocido como Estados Generales”. En la República Dominicana, sin crispación popular en el horizonte, apoyemos todos la iniciativa del presidente Luis Abinader de convocar el indispensable y positivo diálogo por las reformas.