OSLO.– La ceremonia solemne del Premio Nobel de la Paz, este año entregado a la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) tiene siempre una especie de prólogo, en un acto celebrado por un grupo de niños en el Centro Nobel de Oslo en el que los jóvenes se confrontan con el trabajo de los galardonados.
El centro del acto es una representación teatral realizada por niños en torno a los quince años que este año giró en torno a las armas químicas y, sobre todo, a la situación de los niños en Siria sobre la que se realizaron varios monólogos conmovedores.
El director general de la OPAQ, Ahmet Ümzuclü, asistió a la representación y además fue entrevistado por niños que quisieron saber, entre otras cosas, si podía dormir cada noche después de tener que ocuparse durante el día de asuntos tan horribles.
«Tengo que dormir para poder seguir trabajando al día siguiente», respondió Ümzuclü tras reflexionar un momento.
Al comienzo de la representación, los cuatro actores salieron de detrás de barriles que estaban marcados por el símbolo que advierte que contienen material venenoso y que luego, cuando Ümzuclü hizo su ingreso en el recinto, fueron reemplazados por las siglas de la OPAQ.
Actualmente, el Centro Nobel de Oslo acoge dos exposiciones: una dedicada a las armas químicas y a la lucha contra ellas y otra de homenaje al recién fallecido Nelson Mandela, ex presidente de Sudáfrica y premio Nobel de la Paz.
Antes de entrar en el tema de las armas químicas y de Siria, los niños hicieron un pequeño homenaje al líder africano y, después de valorar su lucha contra el apartheid, llamaron al público a gritar en coro «We love Mandela».
Luego, con interregnos musicales -con grupos de rock y de rap- la obra se centró en Siria y, ante todo en el monólogo de una niña que, acompañada de un melancólico solo de violín, contaba un sueño en el que oía que otra vez habían abierto los colegios en Siria.
«Estaba feliz, era un mundo en el que podía ir al colegio, en el que mi hermano jugaba al fútbol», decía la voz de la niña.
«Desearía que fuera verdad, desearía volver a mi calle, desearía que mi hermano no hubiera muerto. Desearía que no hubiera más guerra», terminaba.
Cuando Ümzuclü subió al escenario, la primera pregunta fue sobre el trabajo de la organización. El diplomático entonces destacó que, aunque él es el jefe, se trata del trabajo de cientos de personas que cada día hacen pequeños avances en un proceso que lleva años.
«Sabemos que hay mucho por hacer en el mundo pero también hemos logrado avances para que desaparezca una de las formas más crueles de armamento que existe», dijo.
Ümzuclü fue incluso lo suficiente optimista como para asegurarle a los niños, al desperdirse, que ellos verían un mundo sin armas químicas.
La meta está cerca pero hay otras muchas metas relacionadas con la paz que están todavía lejos, como lo muestra la guerra en Siria que ocupaba una y otra vez a los niños de Oslo.
Un día antes, Ümzuclü había admitido, no sin cierta melancolía, que la destrucción del arsenal químico sirio no traería inmediatamente el fin del conflicto.
Sin embargo, el diplomático cree que es un paso importante al que pueden seguir otros.
Se trata, como indicó hoy el presidente del Comité Nobel Thornjorn Jagland, de un trabajo por la paz que se hace a un ritmo lento y paciente.
De hecho, los intentos por evitar el uso de las armas químicas empezaron en 1899, con la Convención de La Haya, siguieron luego en 1925, con el Protocolo de Ginebra, pero no se llegó a un compromiso que prohibiera no sólo su uso sino su fabricación y posesión hasta 1997.