Ante el anuncio del lanzamiento a las calles de unidades militares élites para apoyar a la Policía en la seguridad ciudadana por la reciente oleada delictiva, para muchos se produce un contradictorio sentimiento de alivio, satisfacción, duda y escepticismo.
Algún grado de alivio, en vista de que algo se esperaba de parte de las autoridades en medio de la desesperación creada por la secuencia, de sangrientos y mortales asaltos a mano armada.
Duda y escepticismo, porque este patrullaje mixto policíaco militar se ha aplicado en otras coyunturas de actividad delictiva y en la práctica solo ha cumplido el propósito de una medicina temporal, como la aspirina que se administra a un enfermo agobiado por un dolor.
El ingrediente nuevo en esta oportunidad es la incorporación de las unidades élites de los cuerpos armados, que por su entrenamiento y naturaleza, deben estar reservadas para casos muy específicos y especiales, aunque no permite sin embargo abrigar mayores expectativas en cuanto a su impacto y eficacia frente al crimen.
Fuera del efecto mediático que produce el anuncio y de alcance solo momentáneo, la gente se formula una serie de preguntas para las que no encuentran respuestas.
Por ejemplo, ¿cuánto tiempo podrá extenderse este despliegue de seguridad reforzada y qué pasará luego cuando humana y materialmente tenga que aplicarse un repliegue, aunque sea gradual y los delincuentes puedan volver a la carga?
Tan importante como eso, ¿qué se hará mientras duren estos operativos para combatir eficazmente la criminalidad delictiva en términos sociales y estructurales, trabajando con la juventud, fortaleciendo la familia y sobre todo la credibilidad de la justicia, que tiene que jugar su rol en esta encrucijada?
En otras palabras, estaremos frente a un parche o una solución reactiva que aún nos deja con una Policía carente de institucionalidad y credibilidad que pueda garantizar la tranquilidad ciudadana? Los días por venir nos darán la respuesta.