Hoy nos enfrentamos a una dolorosa realidad que ha sacudido nuestras conciencias y nos obliga a reflexionar sobre el estado de nuestro sistema penitenciario.
El trágico incendio que cobró la vida de 13 reclusos en la cárcel de La Victoria no fue simplemente un accidente, sino más bien una crónica de una muerte anunciada.
Durante demasiado tiempo, hemos ignorado las condiciones de hacinamiento e inhumanas en nuestras prisiones, así como las señales de advertencia que clamaban por una intervención urgente.
Como sociedad, debemos aceptar nuestra responsabilidad colectiva en esta tragedia.
Los reclusos no son seres desechables; son seres humanos que merecen dignidad y respeto, incluso cuando han cometido errores.