Es una pena que Venezuela, en décadas pasadas un estimulante ejemplo de libertad y democracia en el continente, siga sumida bajo el yugo de un régimen autoritario y ahora tras los cuestionados comicios presidenciales de este domingo esté sumergida en una crisis postelectoral de impredecibles consecuencias.
Las violentas protestas desatadas tras el Consejo Nacional Electoral declarar nuevamente como ganador a Nicolás Maduro y los enérgicos pronunciamientos de la oposición y del chavismo, no apuntan a nada bueno.
La situación es observada con preocupación en naciones amigas de Venezuela, entre ellas nuestro país, que abogan por que la una vez pujante nación del hemisferio recupere su estabilidad económica y evite el deterioro que amenaza su paz social.
Venezuela y su gobierno se exponen a aislarse aún más en sus relaciones internacionales al ordenar este lunes la expulsión inmediata de los diplomáticos de siete naciones, incluyendo el nuestro, por los pronunciamientos cuestionando los resultados.
Todo se agrava con el aumento en la presión internacional, incluyendo a Estados Unidos y gobiernos europeos, sobre el chavismo para lograr un recuento de los votos que sea aceptado como transparente y verificable.
Esto mientras que Maduro recibe el apoyo de Rusia, China, Corea del Norte e Irán, que es un claro reflejo de los intereses contrapuestos en la lucha geopolítica a nivel mundial.
Sin embargo, más lamentable es que mientras todo esto ocurre, se profundiza el deterioro en el nivel de vida de la población, que aspira con todo su derecho a una mejor suerte y un destino con menos angustias y penurias.
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