Los partidos políticos deberían ser los más interesados en preservar la democracia y la credibilidad y fortaleza del órgano que supervisa los procesos electorales y la de ellos mismos frente a los electores.
Si eso elementos fundamentales se deterioran y con ello la necesaria interrelación amigable y colaborativa, el sistema de partidos pierde vigencia y hasta llega a colapsar.
Por la forma en que algunos partidos del país actúan en este momento, parece que aún no han asimilado la negativa experiencia que en Venezuela y Nicaragua, para contar solo 2 casos, hizo que se viniera abajo el sistema tradicional de partidos.
El proselitismo a destiempo y de forma desbordada, pese a las regulaciones de la ley electoral y las reiteradas advertencias de la Junta, es un reflejo de esa incomprensión y del riesgo que asumen los partidos de perder credibilidad.
Sin partidos políticos con libertad de acción no hay democracia, pero tampoco sin un órgano electoral capaz de ser respetado conforme a los lineamientos de una ley electoral que debe ser de cumplimiento general.
Aún hay tiempo para meditar y disipar posibles problemas institucionales con vista a las próximas elecciones y para ello solo se requiere pensar un poco en los electores como principales protagonistas de la renovación democrática.
La democracia y la política cuestan miles de millones de pesos a los contribuyentes y no es justo que también sea un tormentoso dolor de cabeza.